El primer pacto.

Transito la segunda década del siglo veintiuno. Estoy en una terraza de un restaurante en la costa del Mediterráneo, con él observando de modo pacífico desde su posición de todos los veranos; a veces me parece que es un gran animal en espera de la presa predilecta, pero es evidente que esta no está entre los veraneantes, sino en el invierno, pues es cuando despierta y arremete contra los espigones golpeando y enfurecido reclama algo que aún no comprendo que es. Le observado en sus muchas expresiones; después de Navidades, como si extrañase algún rito olvidado por el ser humano, él viene hasta aquí y embiste con toda sus fuerzas rugiendo y lanzando rocas sobre el paseo marítimo, como niño enojado con un berrinche temprano que se siente frustrado por el regalo que no ha recibido. Los cielos se arremolinan, el viento sopla con fiereza, las nubes bajan sus colgajos en forma de tifones lejanos y los rayos se aproximan, mientras las olas crecen desde el horizonte, verdes oscura...