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Mostrando entradas de julio, 2014

El primer pacto.

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Transito la segunda década del siglo veintiuno. Estoy en una terraza de un restaurante en la costa del Mediterráneo, con él observando de modo pacífico desde su posición de todos los veranos; a veces me parece que es un gran animal en espera de la presa predilecta, pero es evidente que esta no está entre los veraneantes, sino en el invierno, pues es cuando despierta y arremete contra los espigones golpeando y enfurecido reclama algo que aún no comprendo que es. Le observado en sus muchas expresiones; después de Navidades, como si extrañase algún rito olvidado por el ser humano, él viene hasta aquí y embiste con toda sus fuerzas rugiendo y lanzando rocas sobre el paseo marítimo, como niño enojado con un berrinche temprano que se siente frustrado por el regalo que no ha recibido. Los cielos se arremolinan, el viento sopla con fiereza, las nubes bajan sus colgajos en forma de tifones lejanos y los rayos se aproximan, mientras las olas crecen desde el horizonte, verdes oscura

La cajetilla de tabaco

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Llevo ocho años colocado. No es que sea un drogadicto callejero, es que estoy definitivamente adicto a las medicinas que tomo para mantenerme dentro de lo que se considera un estado normal de percepción de la realidad y coherente con las reglas de juego de esta sociedad. En este tiempo la espiral en que estoy metido ha hecho que no pueda pasar más de veinticuatro horas sin estas malditas medicinas, caso contrario mi mente comienza un penoso camino de delirio y me adentro en un mundo completamente distinto al que se me somete a vivir. Porque mi verdadera realidad es otra. Pasan las horas, me olvido de tomar las nueve pastillas, se abre la ventana con una sensación leve de angustia. La ventana se hace más grande al cabo de una hora, ya la angustia ha dado paso al mal humor, la irritabilidad, al agobio sinsentido, al cansancio pesado y doloroso. Ya no es una ventana, es un orificio enorme por donde puede pasar una manada de elefantes, han transcurrido tres horas del lí

El Pez y la Era de la Comunicación.

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“El pez por la boca muere” No es tan así si lo analizamos como suceden las cosas. El pez nada en su medio y es atraído por un artificio, el anzuelo con una apetitosa carnada que le incita a comérselo. Una vez que lo intenta tragar, el cordel “avisa” al pescador que alguien ha comenzado a comer la carnada, por lo que da un tirón que provoca que el anzuelo se deslice en la boca entrecerrada del animal y termine clavado en alguna parte de esta; preso del artificio es izado por el pescador y el pez se convierte en pescado, aunque todavía vivo. Pasan varios minutos para que esa transformación finalice y dé, como consecuencia la muerte del animal; por lo que el pez muere de asfixia al no poder procesar el agua que debería estar entrando en sus branquias. Al fin, “El pez por sus branquias muere” y ese sería el auténtico refrán. Pero no era la cuestión el desmenuzar el dicho, lo que me lleva a escribir sobre esto, sino la implicancia del hecho con nuestra actual travesía por la E