Relato corto: El aprendiz
La explanada de la obra era un cementerio de
elefantes, allí donde van a morir los restos de las estructuras y cañerías de
acero que sirvieron por un momento en la construcción de la central nuclear a
orillas del lago.
Era domingo y me tocó en suertes tomar la
prueba de soldadura a un grupo recién llegado de soldadores de varilla, como se
les llamaba. La mitad era de origen chileno y la otra mitad, hombres
acostumbrados al peregrinaje de obrador en obrador buscando la oportunidad de
un trabajo temporal. Ellos junto a los “golondrinas”, o peones de cosechas, han
fundado una cofradía cerrada y autónoma, sin familias a cuestas, sin destino
fijo, sin un salario justo, dejan sus vidas detrás de un milagro que les haga
pasar el resto de sus días, sin el resplandor enceguecedor del sol y el
electrodo quemándose. Los dos soles que ellos conocen.
Esparcí al grupo por los distintos rincones en
que había alguna cañería a la que se le podía hacer algunas pasadas de
soldadura, como para realizar la primera selección; luego se les suele dar una
probeta, que son dos tramos de tubo, biselados y listos para que le hagan raíz
y terminación; y esta se lleva al laboratorio donde por medio de ensayos de
materiales se determina si está aprobada, así es posible que tengan la chance
de practicar un par de días, o se los rechaza de lleno por no haber cumplido
con el mínimo de exigencia.
Una construcción como la de una usina nuclear
tiene especificaciones muy estrictas, sea un par de ángulos metálicos los que
sueldas, o sean tubos que llevarán agua pesada para el enfriamiento del núcleo
del reactor, las normas dictan con un fino calibre que dicta si pasa o que no
lo hace. De allí que se hagan múltiples exámenes a las uniones de todo el
enmarañado conjunto de tubos que suben, bajan, se insertan en paredes o salen
como grandes chimeneas al cielo.
Mi trabajo era llevar la jefatura de la
inspección de las soldaduras, y a veces me tocaba el de examinar a los artistas
del soldado, tanto en TIG como en varilla.(TIG soldadura con electrodo
permanente en atmósfera de gases inertes)
De todos, solo media docena cumplió con las
normas, el resto fue rechazado. Sin embargo dentro de estos últimos había un
chico de unos veinte años, muy joven entre los cuarentones que se habían
presentado. De cuerpo esmirriado, con las botas manchadas de barro, y los
salpicones que dejan el recubrimiento de la varilla de acero al quemarse.
Sus manos se las veía de más años y en la piel
del rostro, las arrugas que deja la insolación del arco voltaico que se forma
al soldar, estaban presentes como si hiciese siglos que soldaba y de la peor
manera, con poca o nada protección.
Me dio auténtica lástima que no aprobara y al
momento de irse el grupo, le aparté y le dije:
-
Creo
que has quemado mucho en los pocos años que tienes. Haz algo, vente mañana
lunes a las tres de la tarde, que es cuando pliego para comer y te voy a dar
unas probetas para que practiques un par de horas.-
Al chico se le iluminaron los pequeños ojos
rasgados como si estuviese con el sol de frente. Y de inmediato me apretó la
mano dándome las gracias.
Realmente es una mierda lo que se siente,
porque has dado una oportunidad a un desgraciado por la suerte y al agradecerte
de esa manera, te sientes un dios otorgando el beneficio de la duda a un
mortal.
Me sacudí la dolorosa impresión y continué con
mis tareas, que por ser en un domingo bastante me molestaban; pero para eso me
pagaban y el salario no era nada malo.
Regresé a la oficina que teníamos como centro
operacional los “Huevos secos”, así se nos conocía por ser radiólogos
industriales y utilizar fuentes radioactivas para los exámenes de materiales.
Cosa que hacía al apodo, con la leyenda urbana que dice que los radiólogos al
estar expuestos a las radiaciones, tienen los testículos “secos”, sin espermas
que sirva para reproducirse.
Éramos, por nuestra tarea, un grupo de
exquisitos técnicos que se daban una vida acomodada, trabajábamos libres de
presiones, nadie podía estar a menos de cien metros de donde hacíamos nuestras
pruebas, teníamos vía libre para el uso de los vehículos de la obra y si
colgábamos un cartel de “Peligro Radiación” ni el mayor de los jefes se podía
dar el lujo de darnos una orden o simplemente acercarse a nuestro lado. Los intocables
del obrador en una palabra.
Además las labores de ensayos los hacíamos de
noche para no entorpecer el normal ritmo de los trabajos que se realizaban de
día. Ese horario nos otorgaba mayor libertad en cuanto a qué comíamos, qué
bebíamos y qué hacíamos con las doce horas de tareas que debíamos cumplir.
La otra ventaja era nuestro criterio, donde
poníamos un rechazo no había quién pudiese discutirlo, se rehacía lo hecho y se
volvía a tomar inspección; por lo que si alguien nos caía en desgracia, le podíamos
hacer la vida imposible.
Estos éramos nosotros, los dioses que dictaban
con sus cintas amarillas qué era bueno y qué malo; una responsabilidad que se
necesitaba acreditar para pertenecer al selecto grupo.
A las tres de la tarde estaba como plantado, en
medio de la zona de pruebas. Camisa descolorida, pantalón extra viejo, sus
botas de cuero, la gorra con la visera hacia un costado (los soldadores la usan
así como protección de su perfil además de la máscara obligatoria), un par de
guantes de cuero metidos en los bolsillos y su delgada figura que decía de mala
nutrición.
Lo fui a buscar y lo primero que me vino a la
cabeza fue si el pobre diablo había comido ese día.
-
Hola,
una pregunta ¿ya has comido?- le pregunté a bocajarro.-
-
Sí…si
ya comí algo en el comedor.-
-
Ah,
sí? ¿Seguro que comiste?- la manera de responder me decía otra cosa.-
-
Sí
jefe, ya comí algo.-
-
Bueno,
me acompañas a un café que yo no he probado bocado desde la medianoche.-
-
Como
ordene jefe.- estaba sometido a cualquier cosa que dijese con tal que le dejara
probar algunas probetas.-
Fuimos al comedor y con el rabillo del ojo vi
cómo se le iba la mirada a la fuente de bocadillos. Pedí un café y una café con
leche grande, luego me hice de cuatro bocadillos y un sándwich de jamón con
queso, y le pedí al empleado del mostrador que le agregara más queso y jamón,
que yo tenía mucha hambre y que si no, le iba a irradiar las bolas esa
noche…todo en tono de broma y sabiendo que se pensaba de nosotros.
Nos sentamos en una mesa y le dije:
-
El
café para mí y el resto no lo quiero ni ver en el plato, ¿entendido?-
-
Sí
jefe.- fue todo lo que dijo hasta que no dejó ni las migas del pan.
Tenía hambre el pobre.
Terminada la comida, nos fuimos hasta donde
estaban las probetas, le acomodé una de seis pulgadas en 45º para que comenzara
a quemar varillas.
Me senté en un taburete alejado de él y observé
como preparaba la máquina de soldar, como eligió la varilla templada, como se
puso las protecciones que son generalmente un delantal, un par de polainas,
guante y máscara con el visor ahumado para poder ver lo que hace, sin que el
destello del metal fundiéndose le irrite y dañe los ojos.
Cada paso tiene su manera de hacerse, hay una
especie de ritual mecánico que todo soldador bien avenido, cumple en detalle y
en todos es lo mismo, siempre la misma mueca al comenzar y la cara como de
asombrado al terminar y retirar la máscara, pues aunque uno no se dé cuenta,
ellos regresan de un mundo donde está el material base, el arco que funde, el
fundente haciéndose humo y la varilla de acero uniendo ambas partes de los
tubos, todo eso conforma un espacio-tiempo diferente al que hay a su alrededor,
se sumergen en la labor y son parte del misterioso acto de hermanar para
siempre dos entidades diferentes. Es casi un acto propio de dioses creando.
Tras un paquete de varillas usadas, la
confianza le había ganado y era otro el porte y la calidad que lograba. Literalmente
se comió las probetas y a medida que las terminaba, las colocaba a mi lado y se
quedaba unos segundos para ver que decía; pero ducho en estas lides, hacía que no
le prestaba atención y dejaba que siguiese. Cuando ya llegó a la última, me
puse de pie y las examiné una a una, el chico prometía como para jugar en las
primeras divisiones, solo necesitaba un poco más de aplomo en llevar la costura
y que fuese más limpia en su terminación. Es allí donde muchos fallan pues
confiados en que han terminado, dejan una gota con incrustaciones de carbón y
eso es una falta importante a tener en cuenta luego, en la prefabricación de
tuberías bajo normas exigentes. Y yo quería lo mejor que pudiese hacer, sin
fallos y sin prisa por finalizar la tarea.
El soldador debe ser una especie de monje que
entra en trance mientras suelda, es él, los materiales y el fuego que funde, no
hay nada más que exista en su entorno.
Le dije que haría la evaluación y que le
esperaba por la mañana del siguiente día.
Estoy seguro que no comió por falta de dinero
para pagar los vales del comedor, ni durmió con la expectativa de la prueba;
apenas había salido de la oficina, eran las seis de la mañana, y él estaba en
la puerta.
-
¡Eh!
¿Qué has dormido aquí?- le dije con una sonrisa.-
-
No
jefe, pero no podía dormir y no sé cuándo usted iba a ver las radiografías. Porque
¿le hizo las placas, no?- a las placas se les llama comúnmente a las
radiografías de inspección.
-
Sí
hombre, sí, ya las hice, las analicé y le di el aprobado a cuatro de todas. Solo
tienes que tener más confianza en lo que haces y mejorar la terminación, han
quedado en todas esas malditas gotas con incrustaciones, que me joden la vida
cada vez que las encuentro.-
-
Yo…yo
traté de no hacer gota, pero llego al final y me tiembla la mano.-
-
¿Y
eso por qué? ¿Tienes miedo o te pasa algo?-
-
No
sé jefe, pero me tiembla y…se me pasa enseguida.-
Algo en mi rebuscada mente hizo que saltara una
alerta. No puedo explicar con claridad que fue lo que me puso con las uñas
afuera, pero antes de suponer, mejor es verificar.
Una imagen al fin se formó en mis memorias.
-
Vamos
un momento al taller de prefabricado, quiero ver algo.- el chico me acompañó en
silencio.-
Al llegar al taller le pedí a uno de los
soldadores que estaban trabajando, que le cediese el lugar a él y le dije que
hiciera una costura hasta la terminación.
Lo hizo y mejor que el día anterior, pero al
finalizar, el temblor comenzó en el antebrazo y le llegó hasta la mano. No era
normal, estaba descansado, o al menos no había estado en tensión con el brazo,
el temblor era significativo a pesar que se notaba que lo intentaba dominar.
Le indiqué que dejara todo y regresé a la
oficina con él, a la cola.
Le dije que esperara sentado que iba a hacer un
par de cosas, sin especificar qué era.
En primer lugar fui a recursos humanos y llené
por él una ficha de admisión como aprendiz de soldador, eso ya le daba derechos
en la empresa y las obligaciones las manejaría yo. Hablé con el jefe de la sección
y le dije que tomaba a ese chico como aprendiz, pero que en realidad pasaba al
plantel de los END (ensayos de materiales), sería por un tiempo un “huevo seco”
más.
Luego me fui a ver al médico del pequeño
dispensario que las empresas tenían para los primeros auxilios en caso de
accidentes y demás.
-
Hola
doctor, como está.-
-
Yo
bien y tú que problemas tienes?-
-
No
soy yo y quiero hacerle una pregunta, una consulta y que no trascienda de
aquí.-
-
¡Oh,
otro que dejó preñada a la cucaracha biónica!- y se rio a mandíbula batiente.
La Cucaracha Biónica, era una prostituta que se
había ganado el malintencionado apodo, debido a que los que le conocían del bar
que frecuentaba en busca de clientes, decían entre risas y carcajadas, que era
cucaracha por su piel oscura y biónica porque no había polvo que la matase.
En los obradores es común el peregrinaje de prostitutas
a la caza de un necesitado sexual, que le abone el servicio a precio de oro;
esta pobre mujer hacía así su agosto en cada quincena a la salida de la obra,
cuando los operarios tenían toda la pasta en el bolsillo. El despreciativo
apelativo no fue nunca conmigo y era lastimosa la manera que trataban a ella,
pero también era consciente que había sido su elección la de prostituirse sin
más.
-
No
hombre! Que yo no ando por esos barrios. El caso es el siguiente…- y pasé a
relatarle lo que había visto en el chico.
Tras una conversación de más de media hora con
el médico, salí con varias cosas claras y algunas resoluciones.
Regresé a la oficina y le dije al nuevo
aprendiz:
-
Bueno,
te he hecho la ficha de ingreso a la obra.- el pobre dio un respingo y se puso
de pie como si hubiese entrado el presidente de la nación.- tranquilo gato que
el ratón aún no está afuera. No pasas a soldadura directamente; serás un
aprendiz de los END, lo “huevos secos” y tras algún tiempo probando soldar, te
pasaré al plantel. Pero primero debes ir a firmar tu ingreso, ya te están
esperando, luego te vas a ver a médico en el “hospitalito”.- así lo llamaban al
dispensario.- y le explicas al doctor todo lo que te pregunte, no dejes de
decir la verdad en todo porque si te pillo en una mentira o en algo que te has
guardado en la manga, te fusilo y luego te doy de baja. ¿Comprendido?-
-
Sí
jefe, claro que lo comprendí y haré tal como me lo ha dicho, no se preocupe
usted.- salió como si le hubiesen prendido un petardo en el culo y no lo vi
hasta la tarde.
Cuando regresaba a mi turno de las dieciocho,
él estaba en la puerta de la oficina.
-
Buenas
compañero “huevo seco Juniors”.- le saludé con un cariño que no sé bien de
donde carajos me salía.
-
Bien
jefe, bien. Hice todo lo que me dijo, me dieron los vales del comedor…-
-
La
tripa llena primero.- le interrumpí riéndome.
-
Sí,
jejeje, ya comí. Y luego me fui a ver al doctor, le explique y le contesté todo
lo que me preguntó. Y me dijo que le dijera que quiere hablar con usted mañana
por la mañana antes que se vaya, jefe.-
-
Bien,
ahora vamos dentro que te presentaré a los payasos de la noche.- estaba
intranquilo por la llamada del médico.
Así comenzó su primera jornada en los END, los
peligrosos muchachos de la radiación.
Al finalizar el trabajo, se despidió de mí y yo
me fui a ver al médico para saber las novedades.
No dejó que me sentara el muy traicionero, me
tomó con las defensas bajas y quedé atónito.
-
Mirá
Rodolfo.- él me trataba por mi segundo nombre porque el primero no le gustaba.-
hice un cuestionario y luego lo tiré a la basura, porque tuve que rever todo lo
que sabía. El chico sufre de Parkinson en estado primario y leve. A este paso,
con la posibilidad de ser soldador y andar de obra en obra, tenemos un chico
para cinco años productivo antes que desarrolle la enfermedad y le deje tirado
en la calle.- duro, contundente, un mazazo en plena nuca, como si me hubiese
dicho que yo tenía leucemia, así fue como me dolió la noticia.-
-
Voy
a preguntar una estupidez. ¿Está seguro que es eso?-
-
Antes
de ser médico de campaña y metido en estos barros, mi especialidad fue y es la
de neurología. Por esas cosas que no te conviene saber, terminé como médico
generalista en un obrador de mierda y con barro hasta en las orejas. Por lo que
estoy seguro de lo que he visto en el chico. Es Parkinson y él no tiene ni puta
idea de lo que le cae en la cabeza. Ahora tú dirás, me pediste discreción y eso
te he dado, pero no me pidas que no informe.-
-
No
lo haga…quiero decir que lo haga, que informe, él quedará bajo mi tutela en los
END y al que no le guste tener un enfermo que me lo haga saber. Ya sé yo cómo
parar a estos cotillas de mierda…y los veo venir, pero ya sé yo lo que haré. Gracias
doctor y ahora dígame que sigue a continuación.-
-
Para
seguir primero debo tomarlo como paciente de una especialidad de la que he
salido, pero tenemos la suerte puta que hay un neurólogo amigo de la facultad
que me debe algunos exámenes pasados por la manga, y le pediré que se haga
cargo de la medicación y seguimiento del caso. ¿Y tú tienes idea de lo que es
el Parkinson?-
-
Sí,
mi padre falleció de ello. Por eso cuando lo vi, lo primero que me vino a la
mente fue a él, a mi padre en sus últimos días, solo que él era viejo y este es
un chico…-
-
No
son casos comunes, hay herencia por parte de la madre y algunas razones de peso
que se lo dejaron los genes paternos, que a mi entender, los espermatozoides
del padre nadaban en alcohol y del bueno. Haremos así muchacho, mañana mismo
llamo al tonto este del Mariano y le digo lo que tiene que hacer…y me aseguro
que lo haga bien y rápido.-
Salí del consultorio con todo dando vueltas por
mi cabeza, mi padre, la puta enfermedad, el chico, la mano temblando, su
extrema delgadez, la historia que había tras sí y que dudaba llegara a conocer,
todo era un berenjenal que hizo que me llevara por delante una grúa que pasaba
con su paso de tortuga.
La obra tenía un plazo de duración de cinco
años, mi puesto no iba a ser removido a menos que hiciese alguna cagada grande
y de eso me cuidaba mucho. Por lo que me dije, tengo cinco años por delante
para darle a esta criatura motivos para sobrevivir al maldito Parkinson.
A la tarde siguiente le puse en conocimiento de
lo que había hablado con el médico, de su enfermedad, del tratamiento y de los
cinco años que teníamos para buscar soluciones y mi disposición a que lograra
sobreponerse al mal que le aquejaba.
En aquellos días estaba soltero y la empresa me
alquilaba una casa en los alrededores por mi condición de Jefe de los END.
Pasadas las primeras dos semanas le llamé
aparte y le dije al chico:
-
Mirá
chico.- al final lo de “chico” le quedó como nombre entre los del grupo.- la
casa que uso es grande, tiene dos dormitorios, sala, comedor, baño y parque, me
has caído en simpatía y quiero ofrecerte que vivas conmigo. ¿Qué me dices?-
Abrió los ojos y la boca al mismo tiempo tal
que parecía uno de esos polluelos que esperan a la madre pájaro que les den de
comer.
-
Jefe…pero
que va a decir su mujer.-
-
No
tengo mujer ni la quiero tener por ahora, además te voy a sacar lo que gastes
de comida, ni pienses que todo es gratis.-
Se selló ese día una amistad de hierro. Lo que
yo necesitaba, él ya lo tenía listo y en la mano. Imposible hallar alguien tan
agradecido y fiel en esos tiempos y en un obrador de hombres que no perdonaban la
oportunidad para hacer ver que eran los machos alfa del bosque.
Él inició a los dos meses un tratamiento que
fuimos solventando parte por la obra social y parte la puse de mi bolsillo; no
era una dádiva, una limosna, era dinero para salvar una vida de quién en ese
momento, pertenecía ya a mi familia.
Tuvo algunas recaídas en el primer año, luego
pareció mejorar y hasta lo dejaba soldar cuando uno de los soldadores se
ausentaba. Se perfeccionó en TIG, que es soldadura bajo gas inerte y que
requiere mucha paciencia, buena mano con buen pulso, ser muy cuidadoso y
eficiente a la hora de fundir el metal para que quede parejo, bello a la vista,
sin defectos y limpio. Ese tipo de soldaduras la utilizábamos en especial con
los aceros inoxidables, y eso se hace en recintos cerrados, con monos blancos y
pulcros, usando guantes de algodón y una buena área de trabajo sin
contaminación de los aceros comunes o al carbono. Allí el chico se sentía a su
gusto, pero yo lo quise en todo momento en los END, era la manera de no
perderle la pisada y que las cosas fuesen cada vez mejor para su salud.
En el cuarto año, una noche en plena faena se
desmayó temblando.
Supe de inmediato que lo que suponía en buenas
vías, se torcía ante mí.
Dos meses después el médico neurólogo me llamó
y me dio la noticia que había entrado en una fase final, que no sabía cómo se
las había ingeniado para que no nos diésemos cuenta, pero su muerte se acercaba
a pasos rápidos.
Ya la obra preparaba los entresijos de la falsa
inauguración, que suele hacerse a pedido expreso de los apurados políticos, que
quieren justificar la nada que hacen con los galardones de los que se rompen el
culo por el país.
Aún faltaban ocho meses para poner en marcha la
turbina y probar el reactor en fase fría.
El chico quedó ingresado en una clínica de la
zona.
El día esperado por la politiquería de turno se
preparó toda la parafernalia del caso. Como responsable de la calidad del
montaje en tuberías de alta presión y conductos nucleares, tenía que estar
entre los mandamás del gobierno.
La visita llegaría en helicóptero oficial a las
once horas.
A las diez y tres cuartos me llamaron urgente. El
chico estaba agonizando.
Dejé todo, me importó una mierda la política,
mi carrera, los entorchados del ministro y la puta que los parió. Tome mi
camioneta y volé a la clínica.
Por encima de mí, en el cielo vi pasar los helicópteros
acompañados por dos cazas de la aviación.
Les mandé una maldición, porque otra cosa no me
sacaba la ira acumulada, era injusto que ocurriese así.
Al llegar subí las escaleras de tres en tres
escalones; abrí la puerta de la habitación y vi su mirada puesta en mí, como
cuando soldó por primera vez en aquella playa de tubos y estructuras
inutilizadas. Los mismos ojos asombrados que apenas se veían entre lo achinados
que los tenía.
Me acerqué y le tomé la mano.
-
Chico,
si te vas, llévame de la mano. No me dejes aquí solo.-
Sé que quiso decir algo, pero el estertor mató
las palabras que no llegó a pronunciar.
Cerré sus ojos de niño que aún no ha vivido lo
suficiente y me senté a llorar.
La obra no fue lo mismo, aunque se finalizó
antes del término, aunque recibimos sobresueldos por haber hecho nuestro
trabajo antes de tiempo, aunque muchos dijeron que fue una muy buena obra, para
mí significó haber hallado un hermano, un hijo, un amigo que se lo llevó la
injusticia que a veces parece rondar a los buenos de corazón.
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Recuerda: cada vez que no comentas una de mis notas, Dios se ve obligado a matar un gatito. Campaña contra el maltrato animal.