El divorcio con mi Cerebro

“Me agaché para colocar bien el zapato a mi hijo; creo que era mi hijo. Tenía entre dos y tres años y recuerdo su carita; el zapato se parecía a uno de esos que suelen usar los recién nacidos, de color rosado, extraño para un hijo varón. Le tomé de la mano y seguimos al grupo con el que nos dirigíamos a nuestros hogares por esos cuatrocientos metros bordeando el solar arbolado y oscuro, con el siempre ángulo misterioso del geriátrico municipal; lugar tenebroso de espantos y crímenes, violaciones y fumatas, ladronzuelos y borrachos. Será por ese recuerdo, que al entrar en esa recta, sentí que quedaba solo con mi hijo en brazos y que recorría por mi espina dorsal, un frío erizando el vello. Salida de la nada, entre la oscuridad espesa que ha reinado desde época inmemorial bajo los eucaliptos y paraísos, una luz de mal aspecto, lechoso, chispeante por momentos, con el andar errante de un beodo comenzó a perseguirnos, silenciosa, aterrante. Grité con todas mis fuerzas tratando de ...