Escuchando a Pink Floyd
Escuchando a Pink Floyd
Las cuerdas vibran en las notas justas como para que el
cerebro interprete que son armónicas en su sucesión entre altas y bajas. Corren
haciendo que miles de colores sean sugeridos, mientras el ritmo es acompañado
por el tamborilleo de la batería. Aquellos líquidos pre-natales que fluían
junto al golpe incesante del corazón materno, continuo, desde que tomamos
forma, desde que comprendimos a oír, desde que se ajustó el tímpano, martillo,
yunque y estribo golpeando como en la fragua divina de Vulcano, el primer
ruido, el segundo, el fluido, el dejar pasar, los primeros aprendizajes.
Eso se grabó en nuestras mentes mucho más allá de los
sentimientos que afuera se gestaran, de las conversaciones, de las
manipulaciones y especulaciones sobre nosotros, seres en una supuesta vida para
ellos.
Mientras éramos solo una suposición, comenzamos a oír.
Aprendimos música directa del corazón y del mar; ese mar de amor que nos
rodeaba, que nos abrigaba y nos protegía.
Música, mar y amor; luego vendría la luz. Y con ella el
conocimiento.
Tal vez sea por eso que los primeros seres humanos
hicieron música golpeando troncos huecos o rocas, buscando ese corazón que les
resultaba cercano aún. Sus cortas vidas llenas de miedos, con acechanzas detrás
de cada árbol, debajo de cada roca, en cada sombra que oscurecía el cielo, era
el golpear de aquel corazón que les recordaba que la vida debía tener un
sentido mayor y por lo que había que pelear.
Y eso se debía transmitir.
Golpeando como el corazón lo dictaba, interpretándolo como
lo hacía en la alegría de estar juntos; en el miedo de ser atacados; en la
tristeza de la muerte que visitaba la aldea.
Esas fueron las primeras palabras que aprendieron y las
que también nosotros y ellos, los que vendrán, aprenderán; los golpes suaves
del corazón de la madre.
Y acercaron, como lo hacemos hoy, el oído a la tripa
hinchada del que estaba por venir para escuchar cómo se desarrollaba; y
acercaron el oído para escuchar el último aliento del anciano para saber su
póstumo latir y decretar la muerte definitiva.
Y doblaran los golpes en los troncos, en las rocas, en
los tambores, en las campanas.
Y los golpes, pequeños golpes que la púa da contra la
cuerda para hacerla vibrar en la nota justa, no es más que el seguir aquel
primitivo ritual de golpear para comunicar el eterno mensaje:
“Aquí estoy, tú eres parte de mí. Aquí estás, yo soy
parte de ti”.
No hay otro misterio, no hay más que averiguar porque
allí se termina el camino y esa es la meta.
Allí es cuando entregas la consigna y sin esperar premio
ni mención, pegas la vuelta para comenzar de nuevo si es que se da así.
Volver a golpear.
Es posible que comprenda que es el dolor en el regreso.
Es posible que comprenda que es el miedo en el regreso.
Y recién entonces pueda comprender que es el Yo que anida
en mí, en nosotros, en ellos.
Y recién entonces pueda comprender a la música y su
verdadera importancia en el Universo.
Somos vibración, de energía, en determinada frecuencia:
somos música de las esferas. Parte de una sinfonía perfectamente ejecutada por
los acordes universales y por ello no somos los únicos que existimos en este
concierto fascinante, fabuloso, de armonía perfecta, éticamente elaborado,
estéticamente organizado.
“Por millones de años, la humanidad vivió justo como los
animales. Entonces alegremente algo desató el poder de la imaginación en
nosotros y aprendimos a hablar.
Hay un silencio que me rodea; me parece que no puedo
pensar con claridad…Sentarse en una esquina no me molesta. Creo que debería
hablar ahora, parece como que no puedo hablar ahora; mis palabras solían salir
bien antes; siento como que me ahogo, me estoy sintiendo débil, pero no puedo
mostrar debilidad. Y a veces me pregunto ¿A dónde vamos desde aquí? No tiene
porque ser como esto. Todo lo que necesitamos hacer es asegurarnos de seguir
hablando.
Keep talking, please, keep talking.
Stephen Hawking”
Cuantas veces regresemos, solo debemos asegurarnos de
seguir hablando.
La palabra es la expresión necesaria que acompaña a la
música en el mensaje, pero no debemos olvidar que la palabra se hizo para ser
cantada y ese es el motivo del por qué es.
Los primeros lo supieron, luego los segundos la
utilizaron para comunicarse entre ellos y no fue malo. Pero se fue olvidando
cuál era su verdadera finalidad.
La palabra lleva la intención del corazón y del
pensamiento de todo el cuerpo.
La palabra es la vela de nave, el corazón es el timón con
la intención y el resto de los pensamientos son los vientos de las intenciones.
Mucho puede hacer un buen timonel, con una hermosa vela
blanca y radiante expuesta al sol en pleno mar, pero si los vientos le son
adversos y empujan más que su duro timón, el puerto donde atraque no llega a
ser el que se quiera y el destino no será entonces bienvenido.
La vieja y mal tratada religión lo supo y lo guardó con
avaricia propia de quienes odian compartir el pan entre sus hermanos y se lo
guardan bajo el cojín para roerlo en las madrugadas cuando nadie les oye.
En ellos aún se conoce que la palabra es para el canto,
la alabanza según afirman, a un Dios que les escucha y les otorga poderes que
les hace dominar a sus hermanos como ovejas domesticadas, fieles y mansas. Dicen
conocer el secreto del dominio por medio del matrimonio feliz entre la música y
la letra o la palabra escrita a la que llaman “verbo”. Adormeciendo,
subyugando, enfervoreciendo, llamando, conduciendo, elevando siempre según
ellos, atrayendo, conciliando, tocando los corazones sensibles y aunándolos en
un fe corrompida por la avaricia, el poder falso y el egocentrismo.
Un recital de una buena banda de rock fluye en medio de
un campo con el aire, los pájaros, los árboles cercanos y miles de personas de
pié, todas embelesadas por el mensaje de la batería, la guitarra, el bajo y el
saxofón en matrimonio perfecto con el mensaje de paz y de elevación auténtico,
nacido después de una noche de estar pensando y hablando, de los sentimientos
que afloran, que se sienten entre alcohol y mujeres malas según dicen las malas
lenguas.
Y es que allí se vuelve, se regresa después de haber
entregado la consigna.
Regresas, adormecido, confortablemente adormecido y te
plantas en medio del campo y escuchas la música con el mensaje que es tuyo, que
te golpea en el pecho uniendo verdaderamente tus fracasos y tus éxitos con los
del que tienes a tu lado. Y se forma una comunión.
La palabra se hace música y adquiere la dimensión
esperada, porque es el mensaje genuino, nacido de tus propias entrañas y para ti.
El muro cae, los paradigmas se deshacen delante de ti.
Por un instante comprendes todo. Eres un Dios de mil
cabezas. Comprendes la unidad. Te sientes el Todo y cada golpe de la batería
estala en cada fibra de tu cuerpo, reconoces tus latidos y regresas….regresas a
aquellos primeros latidos de tu madre…regresas a aquellos golpes en los troncos
huecos. Comprendes quién eres realmente eres.
Te prometes con todos los que allí están que el mundo
será otro a partir de ese momento. Que tomarás un mazo y destruirás el sistema
e implantarás la incontratable manera de hacer de los que saben.
El concierto termina.
Las luces se apagan.
El sonido queda flotando, todo se diluye en un murmullo y
tu corazón queda galopando en un campo lleno de ladrillos desparramados por
doquier.
Otro día comienza.
Ya has olvidado el compromiso asumido, eres uno más en el
sistema que te sigue fagocitando, adormeciendo….pero el mensaje ya quedó.
Algún día alguien llegará y te llevará hasta el final y
sabrás que es verdadero y que no.
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