Minairons (1º Parte)
22 de Marzo del 2019
Hace un largo tiempo que no escribo en mi blog.
Mañana es Sant Jordi en mi tierra catalana, día en que se regalan libros y rosas.
Ayer he finalizado una novela corta que tenía la intención de editar para esta fecha, pero viendo que no llego en tiempo y forma, he dcidido publicar este cuento de fantasía y leyenda catalana: Minairons (1º Parte).
No aspiro a un premio por él, pero sí, que lo disfrutéis quiénes quieran leerlo.
Ayer he finalizado una novela corta que tenía la intención de editar para esta fecha, pero viendo que no llego en tiempo y forma, he dcidido publicar este cuento de fantasía y leyenda catalana: Minairons (1º Parte).
No aspiro a un premio por él, pero sí, que lo disfrutéis quiénes quieran leerlo.
Hoy cominzo nuevamente a publicar escritos, opiniones, pensamientos, narraciones, novelas etc, todo lo que se espera de un escritor que ya lleva entre letras más de 20 años.
Mis respetruosos saludos a mis lectores.
Mis respetruosos saludos a mis lectores.
Enric Mondaini Ludueña
Minairons, 1º parte
En la Tierra hay tantos lugares mágicos, como la
imaginación pueda crear.
Solo necesitas que tú ser interior reclame para
sí escapar del plano de realidad en que crees que vives, y dar el paso hacia
otro en que halles aquello que es requerido para afrontar un miedo, salvar un
obstáculo, vencer un enemigo, hacer un duelo o evadir una situación que te
induce a tomar una senda no muy amable ni de beneficio para tu desarrollo.
Miedo, obstáculo, enemigo, duelo, evasión, perjuicio,
y otros más, son piedras que se oponen a un tránsito llano y sin
perturbaciones. Y lo que deseas, porque eres tú en esencia un ser cómodo, es
que no te molesten y permitan que flotes en un mar plácido, cálido, invariable,
luminoso, previsible.
En una de mis escapadas a la Fageda D’En Jordá,
recuerdo haber pasado por una escena que muestra lo que cuento con claridad de
hecho.
Este sitio, en que la naturaleza ha sembrado
hayas una al lado de otra, tapizando el suelo hecho de antiquísima lava
renegrida, con musgo verde y hojas doradas; en que ha puesto a reinar al
silencio para beneplácito de los que necesitan de la profunda reflexión y
contemplación, se dieron las dos caras de la misma moneda.
Los días anteriores habían sido de ajetreado
movimiento entre los vanos hechos de mantener un estatus económico y la
satisfacción de adquirir valores materiales innecesarios. Por esa razón busqué
el remanso que ofrece la Fageda, como busca agua el sediento en medio de un
cruel desierto. Apenas apeado del coche, tomé con entusiasmo la senda que lleva
al corazón del bosque, hasta los restos del volcán Santa Margarida. Cargado de
expectativas renovadoras para mi alma atormentada, hice los primeros 100 metros
en soledad. Al cruzar un pequeño puente de piedra, un grupo de personas,
regresaba de hacer el mismo camino, pero evidentemente con diferente búsqueda y
esperanza en su intención; al pasar junto a ellos en direcciones opuestas,
escuché cómo una mujer, integrante del grupo, decía en voz alta a los demás:
“¡Al fin no es más que un montón de árboles y piedras!” Esta concreta frase
dibujó en mi mente, el abismo que se interponía entre mis anhelos de silencio y
reconfortable reencuentro interno, con el superficial deseo de diversión que la
mujer hubiese deseado hallar en el santuario natural. Frustración de un lado,
contrarrestando a la fascinación ante la asombrosa naturaleza. Donde yo buscaba
que mi alma curara sus heridas, otros encontraban el vacío de lo aparentemente
común y repetitivo. De esta manera se comprende que cada uno vive en un plano
de realidad único y personal, un mismo lugar puede ser apreciado de mil maneras
diferentes, a pesar de no haber ni una mota de polvo que cambie en el instante
de la observación.
La magia que nos puede hacer vibrar a unos, es
solo un montón de árboles y piedras para otros.
La mesa está servida ante nosotros, pero cada
uno tiene el derecho de saborear de modo distinto, hallando dulce o amargo
según su carga emocional le lleve de un lado a otro, en el espectro amplio de las
sensaciones.
Porque la magia está en uno mismo y no en lo
que nos rodea.
Pasado un tiempo de aquellas reflexiones.
El domingo lo había apartado para tomar aire y
recrear la imaginación en medio de la naturaleza más concreta que podía hallar,
la Fageda. El cielo se presentaba con pocas nubes alargadas y fibrosas, como
plumas celestiales que hubiesen olvidado los ángeles en sus vuelos matinales.
El alma estaba preparada para la excursión interna y el cuerpo obedecía a los
deseos espirituales que ella reclamaba.
A poco de andar por el sendero marcado
debidamente, a fin de no extraviarse y llegar a buen destino, decidí dejar de
ser guiado e internarme en los parajes desconocidos y de mayor densidad
vegetal. Hayas, helechos de hojas duras, enredaderas abrazando troncos, mullida
alfombra de hojas muertas, musgo cubriendo rocas y un terreno de difícil
tránsito por lo escarpado y sinuoso, era lo que tenía bajo mis pies y rodeando
mi persona.
Extasiado con los ojos muy abiertos, casi sin
pestañear, para no perder detalle del paisaje, di con una explanada natural que
ofrecía un par de piedras a modo de asiento. No dudé y me senté a descansar,
sin dejar de registrar cada objeto que estaba al alcance de mi vista.
El ensimismamiento en que me hallaba, no
permitió que me percatase de la figura encorvada y de vacilante andar, de una
vieja mujer que se acercaba a mis espaldas. Al llegar a poco más de un palmo de
mí, me saludó:
-
Buenos días señor.
Sorprendido por lo inesperado, me di vuelta y
vi su ajado rostro sonriente, en que los finos labios curvados hacia arriba, se
mimetizaban con las múltiples arrugas que poblaban su cara.
-
Buenos días,- respondí.
-
Hermoso día.
-
Sí, sin dudas.
-
Veo que le agrada el lugar, y además se ha
salido del sendero de seguridad. ¿busca algo en especial?
-
Un poco de paz, migajas de tranquilidad.
-
¡Ah! Buena búsqueda para este domingo.
-
Sí… así es.
-
Este es el lugar ideal para encontrar esos
elementos. Lástima que sean cada vez menos los que vienen a buscarlos.
-
¿Vive por aquí?
-
Por aquí, no. vivo aquí. es una sutil
diferencia, ¿la percibe?
-
¡Y tanto! ¿Tiene una cabaña en medio de la Fageda?
-
Digamos que el hayedal es mi cabaña.
-
Pues le digo que tiene usted un privilegio casi
único, el de vivir en medio de la magia de este sitio.
-
¡Ha dicho usted lo justo! Por lo visto es un
alma sensible, pues cree en la magia.
-
Gracias por el halago. Creo que sin magia la
vida no es tal. ¿Usted piensa igual?
-
Así es. La Tierra es esto, lo natural y nosotros
ponemos, o no, la magia necesaria. ¿Me permite que me siente a su lado?
-
Por supuesto. Es un placer que lo haga.
-
Gracias hijo, no siempre soy bienvenida. Muchos
rehúyen de ver una vieja que deambula por entre los árboles.
Pensé en ese momento que debía ser el juego de
luz y sombra, lo que engañaba a mi vista, porque al mirar sus pies no parecía
que tocaran el suelo, no dejaban huellas sobre las hojas como lo hacían los
míos.
-
¿Hace mucho que vive por aquí?... perdón, que
vive aquí?
-
¿Existe el tiempo?
-
Muy buena respuesta, jejeje. Imagino que no, que
el tiempo es una medida demasiado mezquina para designar un momento.
-
Muy bien dicho. No, no existe.- y no respondió a
mi pregunta dejando en mí mayor curiosidad ante su presencia.
-
No sabía que dentro de la Fageda viviesen
personas.
-
¡Ah! Sí, no soy tampoco la única. Aquí habitan
muchos más de lo que usted imagina.
-
¿Sí? Es un hallazgo eso. Sé que más adelante,
hacia uno de los extremos está la fábrica de productos lácteos y los corrales,
pero nada más.
-
Eso es lo que ven los que vienen a pasear solo,
pero quién se interna fuera de la senda marcada, tiene la oportunidad de
conocer a otros habitantes, como yo.
-
¿Y dónde suelen estar? Porque le soy sincero,
muchas veces he venido a caminar por aquí y es la primera vez que me encuentro
con alguien que no sea los de la fábrica.
-
Si me permite, le diré que eso son preconceptos.
El que llega a la Fageda sabe que está la fábrica, que puede encontrar a otros
paseantes, que se cruzará posiblemente con alguno de los carros tirados por
caballos con turistas encima, o con algún guardia forestal. Eso es lo que se
sabe y lo que se encuentra, pero si usted quita eso ya conocido de su mente,
descubrirá que hay muchos más.
-
¿Cómo quiénes?
-
Muchos más.
-
Ah.
-
Ah ¿qué?
-
Nada, ah.
-
¿No quiere preguntar más?
-
¿Quiere usted contarme más?
-
Ah.
-
Ah, ¿qué?
Lanzó una leve carcajada, que se multiplicó
entre los árboles.
-
¿Sabe usted que la comunicación en estos lugares
es diferente que en otros?
-
¿Otros? ¿cuáles?
-
Otros como la ciudad, las oficinas, las
fábricas, los comercios, las escuelas, los aviones, dentro del coche o subido a
un barco. Esos y algunos más, son otros.
-
Interesante. ¿Y cómo es esa comunicación
diferente?
-
Es diferente.
-
¿Así sin más?
-
Lo que es diferente no es común. Y las personas
fuera de la Fageda se comunican de modo común, que es diferente al de aquí.
-
Entonces puedo pensar que la comunicación dentro
de la Fageda es común y que fuera de ella es diferente.
-
Va comprendiendo, eso es bueno.
-
¿Qué es lo que voy comprendiendo?
-
Que de uno u otro lado, en cualquiera de los
lados, lo que es común allí, es diferente en el otro.
-
Mmm… sí, ahora comprendo.
-
¿Vio? Ese es un primer paso para poder ver
diferente.
-
Ah.
-
¿Ah?
-
Sí, ah.
-
Si mira con ojos de la ciudad, los aviones, los
barcos, las tiendas o las escuelas, verá lo que es común a esos lugares, pero
no verá lo que es común a estos lugares.
-
Mmm… sí, comprendo. Ojos y oídos comunes, ven y
oyen diferente de acuerdo al lugar que estén.
-
No.
-
¿No?
-
No, ojos y oídos pueden ver u oír lo que el
preconcepto le dicte. No es el lugar, es lo que le dice que debe ver u oír su
preparación para hacerlo.
-
Uh!
-
¿Uh?
-
¡Uh! Es complejo, espere que asimile. Veamos…
tengo oídos y ojos además del resto de los sentidos…
-
No, comencemos solo con ojos y oídos.
-
Vale, tengo ojos y oídos que ven y oyen lo que
algo en mí, quiere oír y ver, ¿es así?
-
Sí, eso es el preconcepto, la preparación que
tuvo para ver y oír. Si usted abre la puerta de su imaginación, rompe el
preconcepto, lo destruye y ve y oye todo aquello que no sabe que está, eso es
el estado de asombro.
-
Mmm… estado de asombro… ¿eso es similar al que
tenemos al nacer?
-
¡Muy bien! Ha llegado muy rápido a comprender.
Cuando nacemos no sabemos nada más allá de lo que hemos visto y oído dentro del
vientre materno. Al nacer, como no estamos preparados, no fuimos inducidos ni
enseñados, ni nos pusieron opuestos para comparar, todo es asombrosamente
nuevo, es cuando vemos la totalidad de las realidades.
-
Esto ya es más complejo.
-
Poco a poco. Si es que aún quiere conocer a
quienes vivimos aquí, claro.
-
Sí, me interesa conocerles.
-
Sigamos. Usted nació y al abrir los ojos y
escuchar por primera vez, no pretendió comprender, solo asimilar lo que oía y
veía.
-
Ya.
-
Luego fueron poniendo ante usted, objetos y
sensaciones opuestas para que diferenciara, pero eso solo conseguía que viese y
oyese solo las dos o tres opciones que le daban, no todo lo que veía y oía.
-
Mmm… me pierdo algo.
-
¿Recuerda haber hablado con algún ser invisible
en su infancia más temprana?
-
No.
-
No, claro no lo recuerda aunque lo haya hecho, y
no lo recuerda porque le dijeron que allí no había nadie con quién conversar,
lo limitaron a que solo hablara con aquellos que le indicaban, eran seres
reales. Pero ¿cómo podía entender que los seres invisibles no eran reales? Solo
porque le insistieron que usted vivía en una realidad determinada en que un ser
invisible no existía. Le dieron un preconcepto, que era correcto para ese plano
de realidad, pero no para todos los planos de realidades que usted veía y oía.
-
Voy comprendiendo.
-
Muy bien. Ahondemos en los ojos. Usted ve una
franja dentro del espectro de luz, solo una franja, solo una porción, el resto
le han enseñado que no lo ve, aunque su vista, el complejo aparato de los ojos
esté viendo hasta los mismos extremos de ese espectro. Pero le dijeron que solo
vería aquello que está dentro de determinados valores. No podía distinguir los
rayos gamma, ni las ondas de radio, ni la luz ultravioleta, ni los rayos
infrarrojos, aunque estos estuviesen allí. Sin embargo muchos animales pueden
verlos, ¡y claro que lo hacen! Porque están allí, solo que usted no fue
preparado para hacerlo.
-
Es cierto.
-
Regresando a los que habitamos aquí, usted fue
enseñado a que en la Fageda no hay más que gente paseando, guardias forestales
y personal de la fábrica, y por supuesto que solo eso verá y oirá.
-
Comprendo.
-
Muy bien. Le invito a que haga un ejercicio.
-
Vale, me interesa.
-
Mire esta piedra que está a sus pies, ¿la ve?
-
Sí claro.
-
Muy bien, ahora mire el conjunto de piedras que
están antes que los árboles, ¿las ve?
-
Sí, claro.
-
Muy bien, ahora mire los árboles que está
después de las piedras que están antes que los árboles, ¿los ve?
-
Sí, los veo.
-
Muy bien, ahora mire los árboles que están más
allá de los árboles que están después de las piedras, que están más allá de la
piedra que está a sus pies, ¿los ve?
-
Sí, claro que los veo.
-
Muy bien. Ahora mire la hoja que cae en el
tercer árbol que está después de las piedras que están más allá de la piedra
que está a sus pies, ¿la ve?
-
Mmm… sí la veo caer.
-
Muy bien. Como verá si quiere ver detalles
necesita concentrarse cada vez más.
-
Sí.
-
Muy bien, ahora mire la hoja que cae del cuarto
árbol que está comenzando desde la izquierda en el conjunto de árboles que
están después de los árboles , que están más allá de las piedras que están más
allá de la piedra que está a sus pies, ¿la ve?
-
Mmm… sí, la veo caer.
-
Muy bien. Ahora mire el borde de la hoja que cae
en el quinto árbol comenzando desde la izquierda, del conjunto de árboles que
están después de los árboles, que está más allá de las piedras que están, más
allá de la piedra que está a sus pies. ¿Lo ve?
-
Sí, lo veo… ¡Ups! ¿Qué fue eso que pasó delante
de la hoja?
-
¿Qué vio?
-
Algo que se interpuso entre el borde de la hoja
y yo.
-
Muy bien, está comenzando a ver lo que no
debería estar allí, porque fue enseñado para no verlo. Ahora cuente los árboles
que están más allá de los árboles que están más allá de las piedras que están
más allá de la piedra que está a sus pies; deténgase en el sexto árbol y mire
bien, hay una hoja que está por desprenderse, espere a que caiga y siga
mirándola mientras cae hasta el suelo. ¿la ve?
-
Sí.
-
Siga mirándola hasta que llegue al suelo.
-
La veo… ¡Oh!... ¡Oh! Veo una persona pequeña al
lado del árbol del que cae la hoja.
-
¡No lo mire, siga con la hoja!
-
Ya, no lo miro, sigo con la hoja. Ya cae, sigue
cayendo… ¡Ups! ¡Hay más de una personita!
-
¡No pierda de vista a la hoja!
-
Ya, miro como cae, ya llega al suelo… llegó.
¡Oh! Hay personitas allí!
-
Muy bien, mírelas, ¿qué hacen?
-
No sé, hablan entre ellas.
-
Muy bien. Está viendo a algunos de los
habitantes de la Fageda.
-
¡No! ¿En serio? ¿Estoy viendo… cómo se llaman?
-
Está viendo algunos duendes que están
discutiendo de cómo llevarse a su guarida, un montón de nueces que ha
recolectado.
-
¿Sí? ¿eso hacen?
-
O pueden estar hablando de usted.
-
¿Cómo?
-
Claro, usted hasta ahora solo ha conseguido
verlos, lo que toca es poder oírles.
-
Ah. Comprendo. ¿Y cómo lo hago?
-
Igual que como los llegó a ver. comience solo
oyendo ese bicho que está a sus pies, ¿oye como frota sus élitres generando un
sonido, una especie de música?
-
Mmm… sí, lo oigo ahora.
-
Muy bien, siga con el ruido que hace esa Marieta
que está en las piedras más allá de la piedra que está a sus pies, donde está
el bicho frotando sus élitres. ¿lo oye?
-
Sí, oigo cómo camina entre las hojas.
-
Muy bien. Haga el ejercicio solo.
-
Vale, bicho-piedra, bicho-piedras más allá de la
piedra a mis pies, Marieta en las piedras que están más allá de la piedra a mis
pies donde está el bicho frotando sus élitres, hoja cayendo en el suelo-árboles
que están más allá de las piedras en que una Marieta camina, que están más allá
de la piedra a mis pies donde un bicho frota sus élitres, duendes conversando
donde ha caído una hoja de los árboles que están más allá de los árboles que
están más allá de las piedras donde camina una Marieta, que están más allá de
la piedra que está a mis pies en que un bicho frota sus élitres.
-
¡Muy bien! Lo ha conseguido ¿qué dicen los duendes?
-
No sé, no les comprendo, no conozco su idioma.
-
¡Ah! No lo comprende porque no se le ha
enseñado, porque usted no debía hablar con duendes ni con nada que no fueran
personas las que fueron presentadas como seres reales. ¿Sí?
-
Sí, es cierto. ¿Cómo aprendo su idioma?
-
¿Para qué quiere saberlo?
-
Para poder hablar con ellos.
-
Y ¿por qué hablará con ellos? ¿Qué tiene que
decirles?
-
Bueno… me gustaría hablar con ellos sobre sus
vidas y así conocerles.
-
Ya, pero ¿qué les diría?
-
Les diría… no sé, ¡Hola! ¿Cómo les va? ¿Qué hacen?
¿Puedo saber dónde viven?... la verdad es que no sé qué decirles. Solo me
gustaría poder hablar con ellos.
-
Ya, pero si no tiene nada en concreto de qué
hablar, mejor no hable.
-
Comprendo. Les diría que me enseñasen cómo es su
vida, que me contaran sus aventuras, que me dijesen los secretos del bosque,
les preguntaría sobre las leyendas que hay, si son o no ciertas, les
preguntaría sobre sus edades, si hace mucho que están aquí. También los
secretos de la Fageda si los hay. Les pediría que me mostrasen los rincones de
los volcanes, que me presentaran a otros habitantes de la Fageda. Les pediría
saber qué comen, cómo trabajan, que me mostrasen cómo se hacen algunas
herramientas que ellos usan.
-
Interesante. Muy bien. Hágalo, ya los ha visto,
los ha oído, ahora comience a comprenderlos y podrá entablar un diálogo con
ellos.
-
¿Y cómo lo hago?
-
Igual que lo hizo para llegar a verles.
-
Lo haré. Piedra, bicho, piedras, Marieta,
árboles, árboles, hojas cayendo, bordes de hojas, hojas en el suelo,
personitas, personitas hablando, personitas al lado del árbol… ¡Hola! ¿cómo
están ustedes?
-
¿Quién nos habla?
-
¡Hola! Soy yo, un paseante de la Fageda.
-
No hablamos con paseantes.
-
No les comprendo.
-
No, ¿sabes que es no?
-
¿No?
-
Sí.
-
¿No o sí?
-
Sí. ¿Sabes que es sí?
-
Sí.
-
Entonces sabes que es no.
-
¿No?
-
Sí.
-
No hablamos con paseantes.
-
No.
-
No.
-
¿Paseantes?
-
Sí.
-
No habláis con paseantes.
-
Sí.
-
Ah. Sí habláis con paseantes.
-
¡No! ¡No hablamos con paseantes!
-
Ya, no lo hacéis.
-
No.
-
Pero… lo estáis haciendo ahora.
-
No.
-
¿Y qué es esto, no es una conversación?
-
No. es una respuesta.
-
Yo pregunté solo cómo estabais y qué hacíais.
-
Estamos aquí conversando con un necio.
-
No comprendí.
-
Que conversamos con un necio.
-
Ah.
-
Ah ¿qué?
-
Solo ah.
-
Ah.
-
Pero ¿Estáis bien?
-
Sí.
-
¿Me contaríais algunas aventuras vuestras?
-
No.
-
¿Por qué?
-
Porque no hablamos con paseantes.
-
Yo no estoy paseando, estoy sentado en una
piedra, no paseo, para eso tendría que estar caminando.
-
Tampoco hablamos con sentados en una piedra.
-
¿Y con quién habláis?
-
Con los que nos escuchan.
-
Yo les escucho.
-
No. no sabes escuchar.
-
¿Me enseñais?
-
Abre el oído.
-
¿Cómo hago eso?
-
Ya ves, no sabes escuchar.
-
Trato, pero el oído no se abre. Hago fuerza y
sigue igual. Y quiero escucharos. ¿Cómo hago?
-
Haz fuerza como si hicieses caca por la oreja.
-
¡Qué asco!
-
No escucharas jamás.
-
Vale, lo intento, pero si me sale caca no será
mi culpa… gggggrrrrggggah! Ya hice fuerza ¿se habrá abierto?
-
Acercate para ver el oído.
-
Ya voy, tengo que dejar la piedra, con el bicho
que frota sus élitres, pasar por encima de las piedras que están más allá de la
piedra a mis pies, pasar más allá de los árboles que están después de las
piedras que están más allá de la piedra a mis pies donde está el bicho que
frota sus élittres, pasar más allá de los árboles de donde se caen hojas con
bordes que están después de los árboles que están más allá de las piedras que
están más allá de la piedra a mis pies con el bicho que frota sus élitres y
habré llegado.
-
No.
-
¿No? ¿Por qué no he llegado?
-
Piensa que te has olvidado.
-
¡Oh! ¡Sí! ¡Oh! Me he olvidado. Vale comienzo de
nuevo y allá voy. Dejo la piedra que está a mis pies con el bicho que frota sus
élitres que está antes de las piedras donde camina una Marieta, que están antes
de los árboles que están antes de los árboles de donde caen hojas con bordes y
que llegan al suelo donde vosotros estáis. Llegue… ¡Uf!
-
Hola
-
Hola.
-
¿Qué buscas aquí?
-
Que me mires el oído para saber si sé escuchar.
-
¡Ah! ¡Eso! Pero debes ir al que Mira Oídos, yo
solo soy el que Saluda.
-
Vale, ¿Dónde está el que Mira Oídos?
-
No sé, yo solo saludo.
-
¡Qué lío!
-
Es que no sabes ver, por eso no lo distingues y
te equivocas de persona.
-
Ah.
-
¿Ah?
-
Sí, ah, solo ah.
-
Ah.
-
¿Y cómo hago para saber ver?
-
Haz fuerza por el ojo izquierdo como si fueras a
hacer caca por él, luego haces lo mismo con el ojo derecho.
-
¿Y si sale caca?
-
Te limpias.
-
Ah.
-
¿Ah?
-
Sí, solo ah.
-
Ah.
-
Haré fuerza. Ojo izquierdo…
aaggggggrrrrgggaaaahhh. Ojo derecho…aaagggggrrrgggaaahh…¡Oh! Me hice caca.
-
Límpiate pronto y regresa.
-
Ya estoy limpio y he regresado. ¡Ah! Ya veo al
que Responde.
-
No, debes buscar al que Mira Oídos y al que Mira
Ojos.
-
Vale, no es fácil.
-
¿Te quejas? No sabes lo que nos cuesta a
nosotros entenderos a vosotros. Sobre todo porque cada vez que hacen fuerza,
les sale caca. Son un asco.
-
Comprendo. Voy al que Mira Ojos.
-
Ve. Y que te mire.
-
Hola, ¿Tú eres el que Mira Ojos?
-
No, soy el que Mira Oídos.
-
¡Ups, perdón! Quise decir el que Mira Oídos.
-
Si, ese soy.
-
¿Me miras los oídos para saber si ya sé
escuchar?
-
Acércate… mmmm. Si los tienes abiertos, ya sabes
escuchar. ¿Contento?
-
Sí, mucho y muchas gracias. Voy a ver el que
Mira Ojos.
Hola, ¿Tú eres el que Mira Ojos?
Hola, ¿Tú eres el que Mira Ojos?
-
Sí, ese soy yo.
-
¿Puedes mirarme los ojos para saber si sé mirar?
-
Acércate. Mmm… sí, ya sabes mirar. ¿contento?
-
Sí, muchas gracias. Ahora ya sé mirar y oír, ¿me
contáis alguna aventura vuestra?
-
Eso debes preguntarle al que Cuenta Aventuras.
-
Ah. ¿y dónde lo encuentro?
-
Es el que está siempre escuchando a otros para
luego contar lo que ha oído.
-
Vale, lo buscaré y gracias por la ayuda.
-
No es nada.
-
Sí que lo es.
-
No.
-
Vale. Hola, ¿Tú eres el que Cuenta Aventuras?
-
Sí ese soy yo.
-
¿Me contarías alguna aventura reciente de
vosotros?
-
Vale. ¿Ya sabes oír?
-
Sí.
-
Muy bien. Hace poco, recibimos la visita de una
persona que no comprendía lo que decíamos, no sabía oír, ni tampoco sabía ver.
Entonces le enseñamos como hacer, hizo fuerza y oyó, nuevamente hizo fuerza y
escuchó, cuando supo ver y oír y ya comprendía lo que decíamos, vino a
importunarme a que le contara una aventura. Ya está. ¿contento?
-
Eso es lo que me ha pasado a mí.
-
Ah. Entonces es una aventura compartida, mejor
para ti. Gracias
-
¿Gracias por qué?
-
Por haber compartido tú aventura.
-
Vale…
-
¿Qué más quieres saber?
-
Me gustaría saber cómo viven.
-
Vivimos porque respiramos y comemos, y cuando
comemos parte nos ayuda y parte la convertimos en caca y la vamos dejando por allí.
-
Ah. Es un asco ¿no?
-
¿Qué? Comer y hacer caca para dejarla por allí. ¿No
hacéis eso vosotros?
-
Bueno… sí en parte es así.
-
¿Entonces tanto nosotros como vosotros somos
asquerosos?
-
¡No! no quise decir eso, es que no comprendí
hasta que me has comparado con vosotros y he entendido que somos iguales.
-
Claro, eso es lo más natural. ¿Algo más que
quieras saber?
-
Me gustaría conocer los secretos que guarda la
Fageda.
-
No hay secretos.
-
¿No?
-
No.
-
¿Por qué no los hay?
-
Porque todo es natural, está a la vista de todos
y no hay nada de secreto ni oculto.
-
Ah. ¿Y que hay de cierto de las leyendas de las
que se habla?
-
Son leyendas.
-
Ya, pero ¿qué tiene de verdad?
-
Eso tendrás que preguntárselo al que Sabe de
Leyendas.
-
¿Y dónde lo encuentro o cómo lo identifico?
-
Es aquel que está junto a ese hongo rojo.
-
Vale, gracias.- fui hasta él.- ¡Hola! ¿Eres el
que Sabe de Leyendas?
-
Sí.
-
¿Me podrías decir que hay de cierto en las
leyendas de la Fageda?
-
Las leyendas son solo leyendas, hasta que se
comprende.
-
¿Qué se comprende?
-
Lo que son las leyendas.
-
Entonces nada es verdadero de lo se cuenta.
-
Todo es mentira y todo es verdad, no hay algo
intermedio. Las leyendas se basan en lo que alguien imaginó, creyó ver, creyó
oír o creyó que le sucedía. Y como creyó, es suficiente para que sea cierto. Si
no lo hubiese creído, no existiría y no sería leyenda. Se trata a la leyenda
como un punto intermedio, cuando en realidad es un punto final o inicial de
algo. ¿Lo entiendes?
-
No.
-
¿No?
-
No.
-
Digamos que le concepto de leyenda está mal
usado. Leyenda viene de algo que es leído, por lo tanto fue escrito, y por lo
tanto fue vivido en algún momento bajo la distorsión en que cree el que lo ve,
oye o lo protagoniza. Es leyenda todo lo que se ve, se oye, protagoniza, bajo
la particular visión, audición o protagonismo que deja anotado lo sucedido a él,
que ha sido observador del suceso.
-
¿Complejo el concepto de leyenda, no?
-
No, si lo aplicas como se debe.
-
¿Y hay anotado, o sea leyendas, de cosas y casos
que hayan ocurrido en la Fageda?
-
Claro, como en todo lugar. Vas a un hotel y te
muestran que hay escrito sobre un fantasma que le gusta meter el dedo en lo
budines de manzanas. Tú lo ves escrito, o te lo cuentan porque lo han leído de
alguien que creyó que eso ocurrió, y ya está una leyenda más.
-
¿Y cuáles son esas leyendas?
-
¿Quieres saber sobre lo ocurrido narrado y
anotado por un observador del suceso?
-
Sí.
-
Pues hay una que dice que un día muy claro,
llegó un desconocido haciendo preguntas estúpidas, pero importantes para él y
su punto de vista. Entonces para comprender, primero aprendió a ver, luego
aprendió a escuchar, después quiso saber de nuestra vida y por último fue en
busca de quién sabia de leyendas y le preguntó cuáles eran las leyendas del
lugar. Uno que sabía, le explicó todo y el muy tonto se creyó que ya era parte
de la leyenda.
-
¡Eh! Qué es eso lo que yo he hecho.
-
¿Ah sí? Pues mira ya sabes lo que es una leyenda
y te he contado la última que ha ocurrido.
-
¿Y de esas leyendas que no me incluyan, ni sean
actuales o últimas? ¿Sabes alguna?
-
Sí, las hay de todo tipo.
-
Bueno, una que incluya a los volcanes y los que
les habitan.
-
Dentro de un volcán nadie habita, solo el fuego
que convierte las piedras en lava, y la lava que se convierte en piedras, y
sobre esas piedras hay bichos que frotan su élitres y Marietas que caminan
sobre ellas. ¿estás contento?
-
No mucho, esperaba que hubiese más leyendas y
que los volcanes tuviesen grutas con gigantes u ogros, que los duendes contaran
sus fechorías o hadas que se hubiesen enamorado de un hombre, cosas por el
estilo.
-
Ah. Sobre ogros hay muchas, también sobre
gigantes y gigantas, sobre hadas y brujos, sobre duendes y elfos, sobre bichos
y bichas, sobre minairons y gente pequeña.
-
¿Minairons?
-
Sí, minairons.
-
¿Qué son los minairons?
-
Son minairons.
-
¿No hay definición?
-
No.
-
Qué pena. ¿Y cómo son los minairons?
-
Ellos son, simplemente.
-
Vale, el hecho que sean ya está definiendo, pero
qué forma tienen, qué hacen, de qué viven, y todas esas cosas.
-
Ah, no sé, habrás de preguntarle a quien Sabe de
Minairons.
-
¿Y dónde lo encuentro al que Sabe de Minairons?
-
Suele estar donde crece la minaironea.
-
¿Y eso que es?
-
La planta de dónde nacen los minairons.
-
¿Y esa planta dónde crece?
-
Donde le da la gana.
-
Vale, ya entiendo.
-
No puedes haber entendido de minairons, ni de la
planta minaironera, si no las has visto ni oído.
-
Vale. Buscaré la planta y comprenderé.
-
Así está mejor. Te daré una pista porque veo y
escucho que eres muy tonto.
-
Gracias.
-
De nada.
-
Gracias de todos modos.
-
De nada de todos modos.
-
Ya. ¿cuál es la pista?
-
¿De qué?
-
Para encontrar la planta.
-
¿Qué planta?
-
La minaironera.
-
Ah. Sí. Vuelve el jueves.
-
¿Qué? ¿Qué vuelva el jueves que viene?
-
No, el que viene debes ser tú, tú ven el jueves.
-
Ya. ¿Y qué hago el jueves?
-
Busca la planta
-
Ah, es buena pista… ¿Por qué el jueves?
-
Porque es Sant Joan.
-
¿Y?
-
¿Y qué?
-
Que tiene que ver Sant Joan.
-
¿No sabes que la noche de Sant Joan, bailan y se
dan mano, el prohombre y el gusano, sin importarles la facha, en la noche de
Sant Joan, ves como comparten su pan, su tortilla y su gabán?
Es una noche especial para todos los seres del bosque y del mundo que no veis. Es la noche de embrujos y bendiciones, luego vendrá el día con su afán y se despertará el bien y el mal, la pobre al portal y la rica al rosal…
Es una noche especial para todos los seres del bosque y del mundo que no veis. Es la noche de embrujos y bendiciones, luego vendrá el día con su afán y se despertará el bien y el mal, la pobre al portal y la rica al rosal…
-
Recitas mal al poeta.
-
¡Oye! Es el poeta el que no supo escuchar y dijo
lo que dijo. Como sea, ven para la noche de Sant Joan en que la minaironera da
flor y su perfume convierte los deseos en fuerza y acción. Más no he decirte.
-
Vale.
Di media vuelta y emprendí el camino de regreso
donde la vieja parecía que se había echado una siesta. Mientras comenzaba a
caminar, dejando los árboles, piedras, más árboles y más piedras con Marieta y
bichos, oí que el que Sabe de Leyendas me gritaba a viva voz:
-
No olvides de traer el canuto… la caña hueca… el
alfiletero, lo que sea pero con tapa…¡No lo olvides!
Sus palabras quedaron resonando en mis oídos y
me senté al lado de la vieja.
Ella pareció despertar de un largo letargo:
-
¿Has aprendido?
-
Sí.
-
Muy bien. Hasta la noche de Sant Joan.
En eso el bicho comenzó a hacer ruido y frotar
sus élitres, bajé la mirada para ubicarlo y en ese instante, la vieja
desapareció. Quedé solo sobre la piedra plana.
Como atardecía, puse rumbo a mi casa con el
sabor de haberme dormido y haber tenido un estrafalario sueño con viejas,
duendes y bichos.
El lunes llegó con sus afanes y así también el
martes y el miércoles.
Al llegar al jueves, recordé la promesa de
regresar a la Fageda y nuevamente las palabras finales del que Sabe de Leyendas
pareció tomar formas a mi alrededor.
Busqué lo que me había dicho, un canuto, una
caña hueca o un alfiletero con tapa. Nada de eso había en la oficina ni en mi
casa, por lo que fui a un bazar chino y rebusqué hasta dar con un canuto de
sastre para guardar agujas hecho de madera y con una tapa hermética. No medía
más de 10 centímetros y me costó 1 euro. Contento con el recipiente, salí rumbo
a Olot, para luego tomar el camino a la Fageda D’En Jordá.
Al arribar, la noche ya se hacía dueña del
lugar y los chistidos y ulular de búhos y lechuzas, daban una armoniosa
sinfonía al paisaje umbrío.
Me interné en el bosque tratando de adivinar
dónde era que había estado sentado. Di vueltas para el norte, para el sur, el
oeste y el este, pero nada.
Un tanto cansado, me senté en un tronco caído a
la vera del sendero seguro a Santa Margarida.
Del cielo poco o nada se veía por las copas de
las hayas. De vez en cuando se vislumbraba el destello de una insolente
estrella que desafiaba la negrura del bosque.
Una voz me sacó con un respingo del estado de
estupor que tenía:
-
Buenas y muy buenas noches en la noche de Sant Joan.
La vieja estaba a mis espaldas nuevamente.
-
¿Con qué perdido? Es que no aprendes más. Ven
que te guío, de todas maneras no lo hubiese encontrado tampoco.
-
¿Dónde vamos?
-
A buscar a los amigos del bosque y la minaironera...
¿No es eso lo que buscas?
-
Sí.
-
Vaya, creí que me había confundido de chaval, es
que estoy vieja y veo menos.
-
No, si soy yo, el que estuvo con usted en la
piedra, sentado.
-
¡Esa no era yo! Habrá sido mi hermana. A ver…
¿se durmió en algún momento?
-
Sí.
-
Ya ves, mi hermana la dormilona. Yo soy la que
está despierta siempre.
-
Ah.
-
¿Ah?
-
Sí, ah.
-
¿Ah, qué?
-
Solo ah.
-
Ah, bueno.
Pasamos por encima de piedras más negras aún
por la oscuridad de la noche, por entre hayas con sus guirnaldas de hiedras,
por entre mil bichos haciendo sonar sus élitres, pisando montones de hojas
muertas, apartando telarañas, hasta que vimos un resplandor anaranjado entre un
grupo de árboles.
Entonces la vieja me dijo:
-
¡Un momento! Ahora hay que respetar los rituales
que se establecieron en el pacto eterno, ningún mortal debe caminar de frente
hacia el círculo del aquelarre, sino que debe hacerlo de espaldas, caminado
hacia atrás y sin tropezar, porque si tropieza deberá recomenzar el camino
nuevamente, y así hasta que llegue al claro del bosque, al aquelarre mismo, sin
haber tropezado.
-
Vale, lo intento.
-
¡No! no lo intentas, lo haces y nada más.
-
Vale, lo hago.
Puse la mano derecha en el bolsillo del
pantalón verificando que el alfiletero estaba aún allí. Palpando el canuto, di
media vuelta y caminé hacia atrás unos 15 pasos, de pronto una rama en el suelo
hizo que me cayera.
-
¡No, no y no! comienza de nuevo.- dijo la vieja.
Retomé el caminar hacia atrás, pero a los 5
pasos otra caída.
-
¡Pero qué chaval más tonto! Otra vez.
El comenzar a caminar lo repetí unas 12 veces,
la vieja comenzaba a cansarse en serio.
-
¡A este paso no llegaremos a tiempo! ¡Pon
interés en lo que haces o pega la vuelta y no vuelvas por aquí!
Puse toda mi atención y al fin conseguí llegar
al aquelarre, caminando hacia atrás.
-
Ahora no te des vuelta, solo escucha.
Los sonidos eran una mezcla de gruñidos,
silbidos, chistidos, ululares, gemidos, ladridos, siseos, maullidos, mugidos,
rebuznos, cacareos, piares, aleteos, golpes de piedras, golpes de ramas secas,
chispas estallando en el aire, voces de mujeres, voces de hombres, cánticos
suaves, gritos y alaridos, cloqueos, berridos, zumbidos, relinchos, crotoreos, zapateos,
parloteos, graznidos, ronquidos, aullidos y otros que no pude identificar. Mi
sombra se alargaba por la planicie hasta los árboles lejanos, haciéndome un
gigante de larguísimas piernas en varios tonos de rojo.
De pronto, todo se silenció y se sintió en el
suelo, las vibraciones de algo grande que daba pasos hacia la gran fogata
central.
Una voz cavernosa, profunda, majestuosa, la que
imaginamos para un dragón o un demonio enfundado en llamas, dijo:
-
¡Eh! El mortal que da las espaldas, que venga y
se incline, que le diré dónde está floreciendo la minaironera para que los
recoja y los guarde dónde es debido. He dicho. El mortal puede darse vuelta y
verme.
El miedo a lo desconocido, lo mágico y
terrible, se apoderó de mí, de inmediato imaginé al ser que me había hablado,
de gran capa roja, con cuernos, con cola puntiaguda, encorvado, feo y con ojos
inyectados de sangre… pero no era así. En medio del círculo, un gordo sapo
miraba a todos los concurrentes con sus ojos saltones, fue tanto el asombro que
por poco no me lanzo a reír.
El sapo levantó una de sus patas delanteras y
señalando hacia el límite sur, dijo:
-
Mortal, allí florecerá en 10 minutos, la
minaironera, huele sus flores y recoge lo que has venido a buscar.
Confundido porque no sabía que debía recoger,
fui hasta dónde el batracio señalara con su fino dedo y esperé.
Uno, dos, tres minutos… ocho, nueve diez
minutos y mientras la algarabía rompía la noche con fuertes sonidos de los más
variados, una planta parecida a un musgo o una diminuta enredadera, abrió
millares de flores blancas y rojas.
Me acerqué a oler su exquisito perfume y vi
como salían, brotaban, saltaban al suelo, millares de puntos renegridos,
veloces, movedizos que gritaban a la vez:
¿Qué
farem, que direm? ¡Feina, feina!
La vieja dio un salto y se puso a mi lado:
-
¡Pronto! ¡Abre el canuto y diles que entren!
¡Hazlo! ¡De prisa que se escapan!
Saqué el alfiletero, le retiré la tapa y
poniendo la boca del recipiente cerca de la multitud de “cositas” negras
saltarinas, les dije:
-
¡Entrad! ¡Entrad todo aquí!
Y sin dejar de gritar el que farem, que direm,
feina, feina, uno a uno entró por el orificio. Rápido le coloqué el tapón y me
quedé con el canuto en la mano, esperando que me dijeran qué hacer.
Los concurrentes aplaudían, las voces se
elevaban y en medio, la vieja me decía:
-
Puedes irte, recuerda que los minairons obedecen
tus órdenes, dales siempre faena, porque de lo contrario se llevarán tú vida.
Salí del lugar con el alfiletero en el
bolsillo, de vez en cuando y mientras caminaba de regreso a mi coche, sentía
que vibraba como lo hace el llamado del móvil.
Detrás el resplandor se hizo cada vez más
fuerte hasta que un ensordecedor estallido de bengalas y petardos, inundaron
todo el ambiente, desde la Fageda hasta Olot.
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