Detrás del Conocimiento
Detrás del conocimiento. (En
primera persona)
Brevemente quiero contarte lo
que he descubierto después de haber cruzado la frontera del conocimiento en
este mundo, en este plano o dimensión si es que te es cómodo así llamarle.
Comenzaré contándote como inicié
este camino de modo casi intuitivo.
Era en mi temprana edad cuando
las tediosas tardes de verano, cuando alejado de las exigencias escolares, me
aburría sin prender en las actividades de otros chavales del pueblo. No había
nada anormal en mí, solo por una cuestión de gustos personales, no era de mi
preferencia la pesca en el minúsculo lago de los Jesuitas, ni las tropelías
entre las vías del tren o los descubrimientos sexuales grupales entre los
matorrales y piedras del arroyuelo que circundaba el poblado; mucho menos eran
el fútbol en el potrero o el vagabundeo en busca de rencillas y gamberradas.
Tampoco era ratón de biblioteca, aunque me picaban las ansias de saber cada día
más, de investigar, de conocer que había más allá; por eso me apasionó una
frase en cuanto la aprendí y comprendí su significado, viendo una película de
época, “Plus Ultra”; eso es lo que me impulsaba interiormente: más allá, saber
más allá, ir más allá, conocer más allá.
Así aquellas, mis tórridas tardes se convirtieron en búsquedas
permanentes, en la colocación de objetivos con metas intermedias y asequibles,
que iba meticulosamente cumpliendo. Algunos de estos objetivos fueron estáticos
y otros dinámicos; aunque no sabía aún de estos términos, intuía la división
entre en los que me movía para alcanzar la meta, de los que por el contrario,
estaba quieto y solo usaba mi mente y mi poder deductivo. Esto último sí lo
conocía muy bien, entendía como deducir y lo perfeccionaba como herramienta.
Los objetivos dinámicos los
comencé a cumplir con caminatas, primero dentro del pueblo, luego fuera del
perímetro alejándome a medida que crecía; me desarrollaba y adquiría
responsabilidad de mis actos, hasta llegar a ir donde me llevaran mis piernas y
mis ansias. En estos trayectos supe mantener algunas características
imprescindibles para poder llegar a las metas y estas han sido: capacidad de
asombro, resumen de lo que observo, memoria del paisaje, comparación permanente
con lo adquirido, colorido del paisaje y dos puntos fundamentales, optimismo y
alegría. Estas dos condiciones últimas han sido fundamentales para que todo
cuanto encuentre y deduzca se fije y pueda ser recordado plenamente; te
preguntarás el porqué; pues en ese entonces no lo conocía pero como dije, el
camino era intuitivo y supe desde un principio que ser optimista y alegre
contribuía en gran medida a mi poder deductivo y a mi memoria posterior;
posteriormente, ya pasados muchos años, he averiguado que tenía razones muy
valederas para pensar así, ya que cuando guardamos nuestros recuerdos lo
hacemos de modo fraccionario y al recuperarlos para su uso, nuestro cerebro
lleva adelante un juego similar al armado de un puzle pero pasando cada pieza
por una autocensura que impedirá que este se arme con partes que nos resulten
traumáticas, dolorosas, malas en definitiva; así lo que recordaremos no será
tan similar a lo verdadero y cuanto más piezas falten o más traumas haya, menos
verídico será y más alejado de ser lo que queríamos recordar. El puzle siempre terminará
siendo completo, pero en el caso de las piezas faltantes, estas serán
reemplazadas por suposiciones que alteraran de modo significativo el resultado.
Por ello es importante el estar en una
condición de alegría para contener el conocimiento, de modo que este sea
ingresado con el menor trauma posible, sin miedos, sin dolores, sin partes
oscuras, a plena luz, diáfana y cálida. Pero esta explicación que llegó más
tarde, tuvo su uso antes gracias al carácter columbrar, preparatorio quizás,
pues de algo también estoy ya seguro: nada es casual.
En los caminos, tanto dinámicos como pasivos,
iba primero la imaginación abriendo el paso, como un guía en medio del pastizal
o de la tupida selva; a machetazos contra las lianas colgando y los arbustos
espinosos que entorpecían el sendero supuesto, ella me llevaba la delantera
como un buen sherpa; tengo vivo el recuerdo de uno de esos episodios que tal
vez sea ejemplo de lo que te cuento hoy.
Una de esas tardes, acomodado en
el suelo del porche de la casa materna, sobre las baldosas de color verde
pálido y el escalón de piedra gris labrada daban el frescor más que deseado, el
perfume pesado hasta la asfixia de los jazmines y las madreselvas de las
vecindades invitaban al sopor inmediato antes de la siesta, que todos aceptaban
como el maná celestial; todos menos yo. Para mí era el cuadro auténtico y
exacto del The Time is Now.
La melodía del viento entre las
finas hojas del mí querido pino juntamente con el de los pájaros de ese verano
hacían de cortina musical; el aroma daba fuerzas a mis neuronas entrando por
las narices y despertando miles de tonos de blancos, amarillos y verdes; la
brisa que tocaba mi piel la puedo sentir aún hoy sin que haya mermado un ápice
en el paso del tiempo y el cuadro está tan vivo que puedo revivirlo en cada
detalle sin equivocarme cada vez que lo desee. Con mi camisa de cuadros y mis
pantalones cortos color marrón claro, una pierna plegada sobre sí y la otra
estirada, mi mirada se fijó en un horizonte prohibido por una cadena de
serranías cercanas. El cielo era celeste
traslúcido, de cristal perlado, amigable. En el foco de mi vista estaba a mi
izquierda el tronco de mi árbol: marrón oscuro de arrugas verticales con
algunas verrugas llenas de savia dorada, apetecibles, sensuales lágrimas
olorosas. A la derecha el vecindario se extendía en una hilera de casas que
apuraban una cuesta empinada de casi una treintena de grados. El sol a plomo
evaporaba cuanto tocaba y las hierbas sudaban su amargor sobre la tierra seca.
El tomatal que mi padre cuidaba con esmero a un costado de la casa exhalaba un
penetrante aroma que no podré olvidar jamás; es tan profundo el recuerdo de ese
perfume que hoy lo busco entre las hortalizas de los mercados y lamentablemente
no lo encuentro ya; parece que la humanidad ha perdido una de sus fragancias
fascinantes. Mi excelente vista de niño podía ver las irregularidades de los
límites de la serranías, con los pequeñísimos verrugones que al acercarse serán
árboles de tres y cuatro metros con copas de otros cuatro de diámetro,
frondosas y fuertes, hechas para soportar sequías, incendios y vientos. Así la
línea de la roca tapizada de hierbas se veía interrumpida por estos intrusos
del trazo. Y allí estaba mi pregunta y mis ansias, ¿qué había del otro lado de
la serranía? ¿Qué otro paisaje se distribuía a partir de ese límite? ¿Sería un
valle y nuevamente montes o aparecería un llano y un pueblo? Y cuando el sol se
ponía aún le quedaba unos minutos para iluminar el otro lado aunque la
distancia no fuese mucha, pero al fin eran unos momentos más de tarea o de
siesta, o de lo que sea que estaban haciendo bajo la luz. Preguntas y más
preguntas que se sumaban a conclusiones que no terminaban de ordenarse ni de
esbozarse; como quién dibuja un cuadrado y sobre él las paredes de una casa,
pero ya está también dibujando el color de esas paredes y esbozando los
adornos. Fue cuando se me ocurrió que
podía utilizar mi imaginación y si quería ver del otro lado podía formar un
gran prisma rectangular desde donde estaba hasta donde quisiera; luego cortarlo
en finas capas como quién corta fetas de fiambre y las deja en el mismo lugar
simulando el mismo fiambre, pero ahora cortado. Ahora con delicadeza y mucha
atención, con los ojos bien abiertos, concentrado, solo era cuestión de ir
sacando capa por capa y descartarla hasta eliminar la serranía y ver el otro
lado sin moverme del porche. En mi casa siempre hubo muchos libros a los que
podía tener libre acceso, aunque mis padres me recomendaban que de algunos no
leyera aún pues no tenía la suficiente edad; supuse siempre que fue esa
advertencia como una cariñosa manera de retener mi inocencia y preservarme de entrar
antes de tiempo en temas adultos. Pero mi necesidad de conocimiento me llevó a
leerlos a escondidas. Fue un verano posterior a estos ensayos que leí la obra
completa de Lobsang Rampa, pero no pude sustraerme de escudriñar antes, partes
del Tercer Ojo; de allí saqué mis propias conclusiones, impedido de preguntar
por temor a que se descubriera que estaba en tierra prohibida comprendí desde
el primer momento que el explorador siempre estará solo en su aventura fuera la
que fuera y que debía acostumbrarse y disciplinarse a esa soledad que le
demandaba la tarea iniciada. En la
lectura del libro comprendí una de esas enseñanzas, la soledad, el sacrificio
de soportar lo que sea con tal de alcanzar un grado de conocimiento y la
alegría que podía obtenerse con ello. De allí que en adelante tuve que elaborar
un sistema especular para constratar lo que iba descubriendo. Si bien contaba
un amigo con quién hablar algunos temas, él no pasaba de mi edad y tampoco de
mis conocimientos, no era fuente de saber ni de contraste. En mi inocencia y
poco mundo, la información a la que accedía estaba limitada por el papel
impreso; revisé la biblioteca de mi casa y la de mi tío y padrino haciéndome de
lo mejor que consideré para el caso, tres tomos de diccionarios Espasa Calpe, un
tomo del diccionario Larousse Ilustrado, dos tomos de vida animal, un volumen
sobre el universo, un atlas universal, una variada colección de Selecciones del
Readers Digest, algunas publicaciones de Popular Mecanics, un libro de Medicina
de Familia, el Tercer Ojo, El Médico del Tíbet y El Cordón de Plata de Lobsang
Rampa; con esa pequeña biblioteca inicié mi aventura. Con ellos contrastaría o
por lo menos intentaría encontrar explicaciones coherentes a lo que me
planteaba desde el porche de mi casa y en las sucesivas exploraciones de ese
verano y los que le siguieran. Mi meta era incrementar la biblioteca, agregando
volúmenes que fueran tocando temas inherentes a lo que mi curiosidad me fuese
llevando. Cuando mi amigo supo de ello
me trajo un libro único en ese momento, Mil Aplicaciones de la Ciencia, ese era
una verdadera caja de Pandora que al abrirlo se soltaban todas las posibilidades
de nuestras febriles imaginaciones. Regresé a mis investigaciones siesteras; en
la posición y a la hora elegida, casi como si de un ritual se tratase, comencé
con el prisma rectangular desplazándolo desde donde me encontraba hasta la
inmediatez después de la serranía. Mi interés sería entonces el detrás de los
montes. La primera capa a desplazar o quitar era mi pino y las imágenes de las
casas de la cuesta, luego tendría que quitar la capa correspondiente a la casa
amarillenta y hasta casi odiada de las viejas vecinas de enfrente, sería hasta
un acto de venganza hacerles desaparecer y poder ver el solar libre de ellas;
posteriormente quitaría la capa con el resto de las casas difusas de las
restantes manzanas hasta el arroyuelo. Allí debía visualizar muy bien cómo era
la zona para no equivocarme pues si no era el lugar exacto, estaba seguro que
el resultado sería negativo; esa parte requería que actuara de memoria.
Entonces me di cuenta que no contaba con toda la información necesaria, debía ir hasta los lugares que quitaría, memorizarlos, para luego poder desplazarlos. Ese juego mental era harto pesado, pero necesario y me llevó casi cuatro días hacerlo, lo recuerdo muy bien. Era sábado, lo tengo muy fresco en mis recuerdos: por la mañana como parte de los ritos familiares hubo limpieza con aireado de camas y expulsado de todo tipo de tierrillas, pelusas y telarañas con bichos incluidos a pesar de mis protestas ambientalistas; al mediodía ya se perfilaba que la siesta era obligatoria y decretada por lo que tendría el campo orégano. La ciudad era mía, el músculo descansa y la ambición pergeña. A la hora señalada con las condiciones en su punto óptimo como si del lanzamiento de un navío a la luna se tratara, me coloqué en posición y comencé recordando al pequeño monje Martes Lobsang Rampa, sus vicisitudes en el comienzo de su carrera hacia el alcance de las más altas metas, allí donde solo llegan los que pueden soportar de temprano las duras pruebas, los que son templados por las leyes naturales. Que la lectura inspiraba y dictaba algunas actitudes, no tengo dudas, como tampoco dudo que abrió las posibilidades de comprender conceptos que de otro modo hubiese sido un tanto más difícil entender. Tampoco dudo que pudo esta literatura influir de tal manera que mi imaginación volara sin miedo por espacios impensados y que se sobrevaloraran los resultados, pero cabe la vacilación de creer o no en su acierto o su error fabulado. El caso es que respirar profundamente y relajarme pensé mucho en el prisma y con cuidado y gentileza fui descartando la primera capa, la dejé a un costado, tomé la que correspondía a la casa de mis vecinas y con esa casi malsana imprudencia infantil hice que la tiraba para el otro extremo; mi mirada seguía fija en el horizonte que quería ver. Por debajo de él ahora estaban las restantes manzanas con sus árboles y techados; los deseché. Apareció el sector del arroyo y sentí el impulso hasta irrefrenable de parar todo y cerciorarme que estaba haciendo bien. Dudé. Las imágenes desaparecieron y esa tarde fue una ilusión quebrada, creí que todo sería en vano y me inundó una especie de sentimiento de fracaso muy pesado. Por la noche el cielo se fue cubriendo de nubes y la mañana del domingo se insinuaba con tormentas veraniegas; mi abuela lo dijo, le dolían los pies y cuando eso ocurría había agua cayendo de seguro; a la siesta comenzó a llover. Las gotas se estrellaban sobre el hormigón de la calzada como suicidándose, como si estuviesen hartas de estar suspendidas y se lanzaran ofuscadas buscando disgregarse con furia en el suelo. Cada una era un estallido que además del espray esperado, elevaban vapor por el calor que reservaba aún el grueso material de la calle; eso hacía que la atmosfera tuviese algo de bruma en lo cercano a la superficie. Con no muchas ganas me acomodé en el porche nuevamente y mirando las serranías entre la cortina de agua y vapor, me propuse nuevamente intentarlo. El sonido era otro, la música era otra; los perfumes mucho más intensos, todo en realidad estaba sobreexcitado y conformaba un nuevo entorno. Plantee el prisma y comencé a quitar las capas, pasé el arroyo e inclusive la línea de los primeros montes; esos que había recorrido más de una vez buscando frutos silvestres y observando pájaros e insectos con uno de mis tíos. Fueron fracciones de segundo, no más de eso y aseguro que paré porque nuevamente me puse a pensar y racionalizar sobre lo que veía, pero allí estaba el valle y la siguiente fila de montes, un tanto alejados y tal vez de más altura, más ralos en vegetación, con más piedras a la vista y el sol no les llegaba como pensaba, con un tiempo extra por el contrario era posible que el valle al estar encerrado entre dos líneas de serranías se viese oscurecido antes que nosotros, los del pueblo. Pensé hasta muy tarde en la noche, cuál sería el límite de esto repasando una y mil veces el procedimiento. Ese verano, por más que lo intenté no se repitió tal intensidad ni tan lejos, aunque sí hubo logros de menor cuantía que me permitieron no abandonar la práctica. Y agregué algunos libros a la pequeña biblioteca como Más Que Humano de Theodore Sturgeon y el Color que Cayó del Cielo de Howard P. Lowecraft, el inquietante relato que me dejó un insomnio de varias noches y comprendí porque mis padres querían que hubiese cierta edad para “cierta” literatura. También comprendí que cuando hacía participar a mis emociones en el procedimiento, cuando permitía que algún sentimiento, y si era bueno y agradecido mejor, el manejo de las capas se volvía mucho más exacto y visible; era mucho más real el efecto que aseguro ocurría solo en mi mente y que era una disciplina personal de solamente plantear imágenes que guardaba en mis recuerdos y manipularlas por medio de mi imaginación. Jamás ocurrió nada físico, ni hubo algún indicio de un viaje astral o algún evento similar….supongo.
Entonces me di cuenta que no contaba con toda la información necesaria, debía ir hasta los lugares que quitaría, memorizarlos, para luego poder desplazarlos. Ese juego mental era harto pesado, pero necesario y me llevó casi cuatro días hacerlo, lo recuerdo muy bien. Era sábado, lo tengo muy fresco en mis recuerdos: por la mañana como parte de los ritos familiares hubo limpieza con aireado de camas y expulsado de todo tipo de tierrillas, pelusas y telarañas con bichos incluidos a pesar de mis protestas ambientalistas; al mediodía ya se perfilaba que la siesta era obligatoria y decretada por lo que tendría el campo orégano. La ciudad era mía, el músculo descansa y la ambición pergeña. A la hora señalada con las condiciones en su punto óptimo como si del lanzamiento de un navío a la luna se tratara, me coloqué en posición y comencé recordando al pequeño monje Martes Lobsang Rampa, sus vicisitudes en el comienzo de su carrera hacia el alcance de las más altas metas, allí donde solo llegan los que pueden soportar de temprano las duras pruebas, los que son templados por las leyes naturales. Que la lectura inspiraba y dictaba algunas actitudes, no tengo dudas, como tampoco dudo que abrió las posibilidades de comprender conceptos que de otro modo hubiese sido un tanto más difícil entender. Tampoco dudo que pudo esta literatura influir de tal manera que mi imaginación volara sin miedo por espacios impensados y que se sobrevaloraran los resultados, pero cabe la vacilación de creer o no en su acierto o su error fabulado. El caso es que respirar profundamente y relajarme pensé mucho en el prisma y con cuidado y gentileza fui descartando la primera capa, la dejé a un costado, tomé la que correspondía a la casa de mis vecinas y con esa casi malsana imprudencia infantil hice que la tiraba para el otro extremo; mi mirada seguía fija en el horizonte que quería ver. Por debajo de él ahora estaban las restantes manzanas con sus árboles y techados; los deseché. Apareció el sector del arroyo y sentí el impulso hasta irrefrenable de parar todo y cerciorarme que estaba haciendo bien. Dudé. Las imágenes desaparecieron y esa tarde fue una ilusión quebrada, creí que todo sería en vano y me inundó una especie de sentimiento de fracaso muy pesado. Por la noche el cielo se fue cubriendo de nubes y la mañana del domingo se insinuaba con tormentas veraniegas; mi abuela lo dijo, le dolían los pies y cuando eso ocurría había agua cayendo de seguro; a la siesta comenzó a llover. Las gotas se estrellaban sobre el hormigón de la calzada como suicidándose, como si estuviesen hartas de estar suspendidas y se lanzaran ofuscadas buscando disgregarse con furia en el suelo. Cada una era un estallido que además del espray esperado, elevaban vapor por el calor que reservaba aún el grueso material de la calle; eso hacía que la atmosfera tuviese algo de bruma en lo cercano a la superficie. Con no muchas ganas me acomodé en el porche nuevamente y mirando las serranías entre la cortina de agua y vapor, me propuse nuevamente intentarlo. El sonido era otro, la música era otra; los perfumes mucho más intensos, todo en realidad estaba sobreexcitado y conformaba un nuevo entorno. Plantee el prisma y comencé a quitar las capas, pasé el arroyo e inclusive la línea de los primeros montes; esos que había recorrido más de una vez buscando frutos silvestres y observando pájaros e insectos con uno de mis tíos. Fueron fracciones de segundo, no más de eso y aseguro que paré porque nuevamente me puse a pensar y racionalizar sobre lo que veía, pero allí estaba el valle y la siguiente fila de montes, un tanto alejados y tal vez de más altura, más ralos en vegetación, con más piedras a la vista y el sol no les llegaba como pensaba, con un tiempo extra por el contrario era posible que el valle al estar encerrado entre dos líneas de serranías se viese oscurecido antes que nosotros, los del pueblo. Pensé hasta muy tarde en la noche, cuál sería el límite de esto repasando una y mil veces el procedimiento. Ese verano, por más que lo intenté no se repitió tal intensidad ni tan lejos, aunque sí hubo logros de menor cuantía que me permitieron no abandonar la práctica. Y agregué algunos libros a la pequeña biblioteca como Más Que Humano de Theodore Sturgeon y el Color que Cayó del Cielo de Howard P. Lowecraft, el inquietante relato que me dejó un insomnio de varias noches y comprendí porque mis padres querían que hubiese cierta edad para “cierta” literatura. También comprendí que cuando hacía participar a mis emociones en el procedimiento, cuando permitía que algún sentimiento, y si era bueno y agradecido mejor, el manejo de las capas se volvía mucho más exacto y visible; era mucho más real el efecto que aseguro ocurría solo en mi mente y que era una disciplina personal de solamente plantear imágenes que guardaba en mis recuerdos y manipularlas por medio de mi imaginación. Jamás ocurrió nada físico, ni hubo algún indicio de un viaje astral o algún evento similar….supongo.
Estas experiencias fueron
sumadas a otras que se atravesaron en los acontecimientos diarios en mi vida y
a los que les agregué la investigación de por medio en lugar de definirlos como
paranormales, o asustarme, o tal vez calificarles de imposibles y colocar a su
alrededor un aura mística. En todo momento he creído que estos eventos son
simples manifestaciones a las que podemos acceder para aumentar y hacer crecer
nuestro conocimiento. Es a través de estas herramientas como el conocimiento se
manifiesta y se comprende su uso; así fue que entendí la frase: "Homo sum; humani nihil a me alienum puto" "Hombre soy; nada de lo humano me es ajeno"
Esta frase fue escrita por Pubio Terencio Africano en su comedia Heauton Timoroumenos (El enemigo de si mismo), de año 165 a.n.e., donde es pronunciada por el personaje Cremes para justificar su intromisión.
Sin embargo, la cita ha quedado para la posteridad como una justificación de lo que ha de ser el comportamiento humano.
El filósofo y escritor Miguel de Unamuno comienza el primer ensayo de su obra Del sentimiento trágico de la vida, mencionando está locución latina
(Fuente: Wikipedia)
Y sin buscar compararme con el genio de Fibonacci, podría decir que poco a poco fui descubriendo patrones en todo cuanto investigaba, desde el comportamiento animal o vegetal hasta el diseño humano en las máquinas. Y en esto sobre todo, el ser humano proyecta su sello e imagen de tal manera que con poco de observación y dedicación descubres su huella y le puedes seguir con facilidad, casi con un poder "adivinatorio" cuál será su próximo paso o cuál la próxima pieza. Comprendí que con información de primera mano, un escritor preparado en la disciplina de buscar patrones, puede con cierta facilidad delinear el futuro con bastante acierto; entendí a Leonardo y también a Julio Verne, Jonathan Swift, Ray Bradbury, Issac Asimov.
Estos fueron los primeros pasos, algunos de ellos los di junto a mi madre otros de la mamo de mi tío y pocos al lado de mi abuela; de ellos obtuve sabiduría, consejos y puntos de vista para mirar mejor la vida. El resto de la familia inmediata, mi padre, el resto de mis tíos, cada uno influyó en alguna medida aunque no recuerdo que lo hayan hecho en una forma tan profunda como los tres que primero he mencionado.
creo que siempre imperó en mí un estado de incomodidad referente a las primeras explicaciones que recibía, aquellas que suelen darte como primera y única opción; las que a veces es solo el misterio de lo desconocido. Será que no pude comprender la palabra o que la relacioné con un punto litúrgico que me llevaba a las puertas secretas detrás del confesionario, o las catacumbas lúgubres y húmedas, era eso el misterio y no coincidía con mis gustos de libertad, de aire puro y claridades; de cielos límpidos como el cristal, de horizontes lejanos sin brumas que interpusieran suposiciones, solo verdades.
En mis caminatas muchas veces pensaba en mis amigos, varios de ellos durmiendo sus siestas y dejando de lado un precioso tiempo que fuese llevado por las necedades del ocio y de un descanso improductivo. No pensaba ni lo sabia tampoco, que el descanso es una de las maravillosas herramientas que nuestro cerebro utiliza para elaborar todo cuanto registramos durante las horas de actividad y que es cuando realmente él más trabaja mientras creemos descansar. Pero en esos tiempos de apuros, el minuto sustraído a la tarde era un trozo de carbón que si le aplicaba la debida presión, si me empeñaba con decisión, seguro que obtendría la mejor transformación: un diamante, la mejor recompensa, el mayor galardón. El brillo del conocimiento, la luz que tantos decían que se alcanzaba al llegar a esas fronteras imaginadas y poco conocidas, poco alcanzadas. la luz predicha en el Ágora por los Maestros antes y después de Sócrates, antes y después de la iluminación de las mentes preclaras.
Te diré que a excepción de algunos autores que supe leer en los primeros tiempos como Sartre o Kafka y Lovecraft, cada uno en su estilo y escuela, la mayoría de las imágenes que se sumaban como válidas a ese estado de conciencia y conocimiento estaban mucho más cercano a las láminas de postales que hoy se ven en la red, donde gracias a los amaño de algún programa, se funden colores y límites, se componen imposibles estructuras y seres metamorfoseados con cielos de jamás podríamos ver desde la tierra y con luces increíbles que deslumbran un paisaje que invita a quedarse por siempre en lo idílico y lo bucólico, alejado de toda manifestación corporal y humana.
Esta frase fue escrita por Pubio Terencio Africano en su comedia Heauton Timoroumenos (El enemigo de si mismo), de año 165 a.n.e., donde es pronunciada por el personaje Cremes para justificar su intromisión.
Sin embargo, la cita ha quedado para la posteridad como una justificación de lo que ha de ser el comportamiento humano.
El filósofo y escritor Miguel de Unamuno comienza el primer ensayo de su obra Del sentimiento trágico de la vida, mencionando está locución latina
(Fuente: Wikipedia)
Y sin buscar compararme con el genio de Fibonacci, podría decir que poco a poco fui descubriendo patrones en todo cuanto investigaba, desde el comportamiento animal o vegetal hasta el diseño humano en las máquinas. Y en esto sobre todo, el ser humano proyecta su sello e imagen de tal manera que con poco de observación y dedicación descubres su huella y le puedes seguir con facilidad, casi con un poder "adivinatorio" cuál será su próximo paso o cuál la próxima pieza. Comprendí que con información de primera mano, un escritor preparado en la disciplina de buscar patrones, puede con cierta facilidad delinear el futuro con bastante acierto; entendí a Leonardo y también a Julio Verne, Jonathan Swift, Ray Bradbury, Issac Asimov.
Estos fueron los primeros pasos, algunos de ellos los di junto a mi madre otros de la mamo de mi tío y pocos al lado de mi abuela; de ellos obtuve sabiduría, consejos y puntos de vista para mirar mejor la vida. El resto de la familia inmediata, mi padre, el resto de mis tíos, cada uno influyó en alguna medida aunque no recuerdo que lo hayan hecho en una forma tan profunda como los tres que primero he mencionado.
creo que siempre imperó en mí un estado de incomodidad referente a las primeras explicaciones que recibía, aquellas que suelen darte como primera y única opción; las que a veces es solo el misterio de lo desconocido. Será que no pude comprender la palabra o que la relacioné con un punto litúrgico que me llevaba a las puertas secretas detrás del confesionario, o las catacumbas lúgubres y húmedas, era eso el misterio y no coincidía con mis gustos de libertad, de aire puro y claridades; de cielos límpidos como el cristal, de horizontes lejanos sin brumas que interpusieran suposiciones, solo verdades.
En mis caminatas muchas veces pensaba en mis amigos, varios de ellos durmiendo sus siestas y dejando de lado un precioso tiempo que fuese llevado por las necedades del ocio y de un descanso improductivo. No pensaba ni lo sabia tampoco, que el descanso es una de las maravillosas herramientas que nuestro cerebro utiliza para elaborar todo cuanto registramos durante las horas de actividad y que es cuando realmente él más trabaja mientras creemos descansar. Pero en esos tiempos de apuros, el minuto sustraído a la tarde era un trozo de carbón que si le aplicaba la debida presión, si me empeñaba con decisión, seguro que obtendría la mejor transformación: un diamante, la mejor recompensa, el mayor galardón. El brillo del conocimiento, la luz que tantos decían que se alcanzaba al llegar a esas fronteras imaginadas y poco conocidas, poco alcanzadas. la luz predicha en el Ágora por los Maestros antes y después de Sócrates, antes y después de la iluminación de las mentes preclaras.
Te diré que a excepción de algunos autores que supe leer en los primeros tiempos como Sartre o Kafka y Lovecraft, cada uno en su estilo y escuela, la mayoría de las imágenes que se sumaban como válidas a ese estado de conciencia y conocimiento estaban mucho más cercano a las láminas de postales que hoy se ven en la red, donde gracias a los amaño de algún programa, se funden colores y límites, se componen imposibles estructuras y seres metamorfoseados con cielos de jamás podríamos ver desde la tierra y con luces increíbles que deslumbran un paisaje que invita a quedarse por siempre en lo idílico y lo bucólico, alejado de toda manifestación corporal y humana.
Hace poco leía una nota sobre la
iluminación del conocimiento y era adornada con tres imágenes distintas que el
autor sin dudas creyó más que suficientes como para demostrar que eso era la culminación
de la llegada a ese punto de éxtasis total del saber humano; entonces veías en
las tres, espacios voluminosos sobre tierras planas, infértiles aparentemente
ya que no crecía una sola planta ni corría animal alguno por ellas, nubes
gruesas que permitían el paso de una luz casi cenital que descendía a modo de
la eterna bendición celestial, en rayos compactos sobre la yerma superficie; en
un caso el color dominante era el lila, en otro el oro y en el tercero el
amarillo casi naranja, todos cálidos, agradables, cómodos y algodonosos,
apetecibles incluso para el paladar, recordaban a las nubes de azúcar de los
parques infantiles de colores que te sirven con la magia que sale de la nada,
esos hilos que se suman uno a uno hasta formar una pegajosa telaraña que
embardunará desde los dedos hasta el cabello de la anciana que se sienta
delante en el bus. La nota no iba mucho más allá de lo que las imágenes decían
al fin; el alcanzar el conocimiento total era como quién entraba en el mundo de
los dulces, con la casita de chocolate y las flores de caramelo, con las calles
de confites y donde las columnas de alumbrado son bastones para chupar hasta
que la lengua quede más dulce que el mismo azúcar; al fin era llega a un estado
de gloría y alegría absoluta porque la realización del ser humano se había
cumplido por completo y ya sabía cuánto necesitaba, todas las respuestas a sus
preguntas estaban solucionadas, las dudas no tenían porque acicatearle el sueño
ni la vida, todo era fácil de allí en adelante.
Pues te diré la verdad, no es
cierto.
Mientras no salgamos por
completo de este universo, nada será como lo pinta la maldita imaginación
pueril. En este universo no hay lugar para lo bucólico e idílico permanente,
esto debes tenerlo muy presente, no hay lugar para ello de modo PERMANENTE. Lo
podrás admirar esporádicamente, como la felicidad, como la belleza en estado
puro, como todo aquello que es absoluto por ley natural debe ser efímero para
ser, de lo contrario no podría ser.
Si es cierto que alcanzas el
conocimiento, pero no es cierto que todas tus dudas están resueltas, pues eso
impediría que todo evolucionara.
Si es cierto que pasas a un
lugar cruzando una frontera, que lo sientes, que lo adviertes y que tus
sentidos todos están sensibles a ello.
Si es cierto que encontrarás un
espacio voluminoso delante de ti, pero no es de luz pura, ni cenital, ni hay
alegría, ni hay donde posarse, ni hay un horizonte para guiarte, ni un cielo al
que encomendarte. Hay soledad absoluta, porque el conocimiento total es soledad,
es desierto, es silencio, es esterilidad. Es temor y terror porque no sabes dónde
estás ni dónde vas, porque aunque sabes todo, ahora te tienes que dar cuenta
que de nuevo no sabes nada y deberás a comenzar a usar lo que sabes para
averiguar que debes saber de nuevo. Estarás volando, en un vuelo plácido,
planeando, con las alas abiertas en medio de brumas grises difusas, extrañas,
en penumbra.
¿Y todo por qué te preguntarás?
Pues la respuesta es muy simple: porque has alcanzado el conocimiento y ahora
habrás llegado al punto en que debes ponerlo en uso. Ahora debes hacer, además
de aprender; y lo que tienes a tu alrededor es materia en estado puro, por lo
que corresponde es que le des uso y forma; ¿no tienes donde posar tus pies?,
pues has una tierra. ¿Qué no tienes un cielo donde elevar tu mirada? Has una
bóveda que te cubra y cobije tus sueños. ¿Qué añoras los sonidos? Forma vida
que te cante y alabe estar viva. Eso es el conocimiento total, el poder de
crear porque has descubierto las respuestas de la creación, pero teme pues aún
te quedan las preguntas de la destrucción, esas que serán vedadas hasta que
alcances la totalidad del todo. Más allá de lo que piensas y de lo que
imaginas, inclusive de lo que se puede en la conciencia comunitaria, por lo que
la verdadera muerte está mucho más lejos de lo que nadie sabe aún.
Mientras el camino que te queda por delante no es de
luz, ni de placer, es de soledades y de temores, no muy distinto al que has
recorrido hasta ahora, con incertidumbres y con desafíos, con la esperanza de
encontrar alguna vez el final de todo, que es en realidad lo que buscamos
interiormente, nuestro final.
Solo en el momento en que
podamos conocer cómo y cuál es nuestro final comprenderemos el porqué de
nuestra existencia; por lo que el camino es largo y sinuoso; prepárate que
recién comienza.
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Recuerda: cada vez que no comentas una de mis notas, Dios se ve obligado a matar un gatito. Campaña contra el maltrato animal.