Al fin, antes fue mejor...
Estoy convencido que
hace miles de años éramos felices y esto da por sentado que sí, ese tiempo
pasado realmente fue mejor.
En el Pleistoceno un
millón ochocientos mil años atrás hasta aproximadamente el año diez mil antes
de nuestra era (a.n.e.) el ser humano se fue desarrollando en un entorno de cooperación y mucho más empático que el
que vivimos actualmente con el “supuesto” progreso de nuestras mentes y almas.
La arqueología y sus
estudios más actuales confirman que en aquellos días, las sociedades que se
formaron, no tuvieron guerras ni eran territorialistas, conformando líneas
divisorias para delimitar sus asentamientos. Por el contrario, cooperaban con
otros grupos foráneos y no tenían exclusividad sobre las áreas de alimentación
que explotaban para sus necesidades.
Las diferencias que
pudieron plantearse, las solucionaban aparentemente con rituales de juegos de
demostración de fuerzas y alcanzada esta, el perdedor se retiraba satisfecho.
Antropológos como
DeVore y Turnbull afirman que la vida de esos días era pacífica, cooperante;
los grupos se visitaban entre sí, se establecían alianzas matrimoniales y se
cambiaban frecuentemente de tribu sin que esto produjese conflictos.
Si bien la reciedumbre
del entorno hacía dificultoso mantener la vida, debido a los ataques de los
animales, las enfermedades, los cataclismos inesperados, etc., el diario vivir
no significaba un esfuerzo sobrenatural como para que nuestros abuelos
estuviesen con el ceño fruncido todo el santo día como los pintan a menudo.
Robert Lawlor subraya
sobre las diferencias de uno y otro estilo de vida, aquel y el actual, que era
tranquilo y el ocio o tiempo libre abarcaba gran parte del día normal de una persona
y por ende, del grupo. Se refiere a los aborígenes
australianos, como ejemplo, que siguen sus normas de vida casi sin modificar
desde hace milenios, cazando y recolectando como en los primeros tiempos. Esta
labor les insume tan solo cuatro horas y el resto lo ocupan en contar leyendas,
hacer música, artesanías, estar con la familia y sus amigos. Una vida
esencialmente pacífica.
Este ejemplo se da
también en otros lugares del mundo, donde las antiquísimas normas de sociedad
se mantienen, en pequeños grupos de cazadores recolectores. Uno de ellos ha
sido el mencionado caso de la Tribu de los Pirahâ de la amazonia brasilera,
estudiado y sacado al concierto mundial por el ex sacerdote Daniel Everett, que
convivió con ellos durante un largo período. Esta tribu, además de tener una
particularidad en su lenguaje, tiene (si es que el ser humano civilizado no le
ha castrado aún) dos características muy especiales, no conocen las matemáticas,
los números , y son felices, extremadamente felices con lo que poseen; que en realidad
no es nada o casi nada.
Y a este punto
llegamos en esta breve nota.
Siguiendo el
desarrollo de la historia, el ser humano, por causas que aún se desconocen y
que todos quisieran averiguar, un buen día descubre la agricultura y la
ganadería.
Dicen los chinos que
fue un gran jefe de una dinastía quién les enseñó a plantar y cosechar; otros
pueblos fue un dios que llegó de las estrellas con esos conocimientos y así
podemos recorrer varios senderos de donde aparecen los conocimientos de la
siembra, los ciclos de las cosechas y el uso de los granos en las cocinas
humanas. También llega el saber de la domesticación del ganado y la extracción
de la leche, la elaboración del queso y demás.
Para todo esto hizo
necesario que el ser humano dejara de vagar por valles y montañas, se asentara
en un lugar definitivo, montara una vivienda acorde a su nuevo estatus y diera
comienzo al sentimiento de propiedad.
Comenzó a poseer.
Poseyó tierra arada y
sembrada con sus cosechas de granos, poseyó ganado, carne y leche, poseyó una
vivienda y eso era un valor de poder determinando un escalón.
Y quiso más que el
vecino, negoció, pero si su vecino no quiso aceptar, usó las herramientas como
armas y tomó lo que deseaba como suyo, por la fuerza.
Ahora poseía por la
fuerza y hubo la guerra.
Ya nada fue como
antes. El ser humano había dejado de ser cooperante, de interactuar con otros,
de visitarse e intercambiar, ahora le importaba si el vecino pisaba su territorio
de donde se alimentaba, se volvió territorialista. Poseyó, era propietario.
Sus cuatro horas para
buscar alimento y el resto para el ocio se convirtieron en dieciséis horas de
trabajo y ocho para descansar. Ya no había tiempo para cantar, ni para hacer artesanías,
ni para contar leyendas, ni para los amigos ni para la familia.
Se inventaron las
vacaciones para la familia, los bares para los amigos, los cuentos impresos
para que los niños los lean, la televisión y todo tipo de distracción para que
los niños se eduquen solos, las escuelas para los padres no tengan la obligación
de educar, la religión para que la moral la dicte otro, el gobierno para que
las leyes las dicten otros, las fábricas de chucherías para comprar artesanías
y adornar los hogares.
Se alambró la
propiedad, se colocaron carteles y se la electrificó para que no entre nadie. Se
impusieron fronteras y reglas para que haya ciudadanos y extranjeros.
Se inventó el mal para
que prevaleciera sobre aquel bien en que vivíamos.
Hoy los Estados Unidos
de América padece de obesidad mórbida por la mala alimentación a base lo que es
llamado “comida basura”. Europa le sigue los pasos en algunos estados. El diario
vivir ha alejado al ser humano de aquello sano del cazador recolector y le está
exterminando.
Hoy nos creemos muy
desarrollados y mantenemos un sistema de educación que solo hace que nuestros
hijos sean simples engranajes en un mundo insensible, sin aprovechar su
verdadera capacidad cerebral alcanzada por evolución.
Hoy estamos sujetos y
sometidos a un sistema mundial de gobiernos elitistas, que solo priorizan la
posesión de un elemento inexistente: el dinero. Y por él matan y dominan a toda
una humanidad junto a un planeta que es un organismo único y vivo.
Pero hay personas que
siguen brillando en esta época oscura.
Hay mentes que
iluminadas, pueden dejar su huella de luz para que les sigamos, hoy existen
guerreros solitarios como Sir Ken Robinson luchando contra el sistema educativo
actual, Jamie Oliver contra la absurda manera de alimentarnos, Steve Taylor
abriendo los ojos de lo que fuimos y podemos volver a ser.
Les recomiendo que les
busquéis y os nutráis de ellos y de otros iluminados. Ellos nos pueden salvar
aún.
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