No prejuzgarás
Aprendí con el tiempo
y luego de muchas “metidas de pata”, que para juzgar sobre los demás, antes
debía haber estado en sus zapatos al menos un par de años. Eso hizo que me
replanteara muy seriamente la irracional manía humana de emitir juicios a
troche y moche, solo porque en “ese momento” me parecía que era lo justo y
apropiado.
La realidad que podía
ver en el instante del juicio, era tan solo eso, una fracción ínfima de lo que
realmente podía ser la realidad del que estaba bajo mi enjuiciamiento.
No hace mucho, cuando
me vi obligado por mi enfermedad a utilizar una silla de ruedas, tuve que
recomponer una nueva y desalentadora visión del mundo; todo estaba hecho, dirigido
y diseñado para los que están de pie. Aquellos que deben estar sentado en una
silla, el horizonte desaparece y las cosas aumentan de tamaño de un modo
asombroso, espeluznante, inaccesible la mayoría de las veces, con el agregado
de la lástima que va provocando a medida que te relacionas con el resto de los
mortales. Ya no eres un par, un igual, eres un minusválido, alguien que no está
completo, al que le están prohibido muchos de los beneficios y placeres de los
supuestamente sanos.
Por la misma causa, la
enfermedad, tuve que comprender como se vive sintiendo dolor de modo
permanente, desde que te despiertas, hasta que te duermes; renunciando a todo
aquello que los supuestamente sanos hacen y disfrutan. Pero no podía demostrar
que eso me amargaba por dentro, que alteraba mi humor, ni que cambiaba mi
visión del mundo. Donde todos veían un hermoso atardecer, es posible que yo
estuviese viendo un día que se iba sin haber hecho nada productivo, sin haberlo
vivido, solo pasar por él sin dejar ni tomar nada.
Con estas
limitaciones, más las que traía aparejadas, aprendí como se vive sin olfato y
sin gusto; razones que hacen a la felicidad de cualquier ser humano. Es difícil
comprender no sentir el perfume de la persona que amas, o el sabor del un beso
deseado, o el placer de una exquisita comida, o el olor al mar una tarde de
tormenta.
Esto hizo que comprendiese
que no debía juzgar con alegre desconsideración; que las acciones de cada uno suelen tener
detrás historias muy largas y dolorosas. Que no comprenderlas, que no tenerlas
en cuenta es un acto de egoísmo supremo.
A veces somos
demasiado rápidos para poner títulos o diagnosticar estados sobre los demás,
olvidando que esa persona puede y debe tener millones de razones que le han
llevado a reaccionar de ese modo.
No soy mejor que
nadie, solo me agradaría que alguien recapacitara sobre mi experiencia y la
tomara para que su “velocidad de juicio” fuese más lenta y que nos acostumbráramos
a la práctica de un sano ejercicio: LA REFLEXIÓN.
Esto es, pensar y
analizar antes de elaborar y dar un juicio.
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