El negocio.
Desde que el ser humano probó
que podía dominar a otro ser humano se estableció un orden de jerarquías y un
contrato entre ambas partes: el dominado y el dominador; había nacido el primer
negocio.
Era la primera vez en la temporada
en que los frutos por alguna razón no estaban en el lugar de siempre. Algo había
alterado lo que había sido una costumbre de lunas y soles; levantarse con el
aguijón de la necesidad de comer, ir a buscar los frutos y saciarse de ellos;
luego vagar hasta encontrar algo que le interesara o una presa para la próxima
comida.
El lugar que habitaba no era
desprovisto de los alimentos que necesitaba para sobrevivir y ello le había
dado un tiempo extra sin miedo, para desarrollar el interés en pensar. Otros menos
afortunados tenían estancada su evolución debido al permanente estado de alerta
que le suponía sobrevivir a los ataques de los predadores que le acosaban día y
noche; se reunían en pequeños grupos o manadas, pero igualmente no era
suficiente para hacer frente a bestias que no dudaban un segundo en abalanzarse
sobre ellos y devorarles in situ. No había tiempo para pensar, solo para atacar
y por sobretodo huir. Siempre huir.
Ahora pensaba, preguntándose
que había sido de los frutos que hasta el sol anterior estaban allí; dio
vueltas y vueltas por los alrededores hasta que comprendió que pudieron ser
comidos por otro animal e de inmediato hizo una relación muy corta: él debía
comer todos los soles los frutos en esos árboles, otro no debía comer en esos
árboles todos los soles.
Otro llega antes y come los
frutos, esa era la conclusión compleja luego de pensar.
Buscó la comida y olvidó
pronto lo sucedido.
Se levantó como siempre, con
ese ruido en las tripas, fue presto a los árboles y lo vio; allí estaba. Otro, como
él, cogiendo los frutos y saciándose como era su costumbre y derecho.
La pelea fue brutal.
El otro se había instalado
hacía muy poco en las cercanías y estaba haciéndose de su lugar de recolección
de frutos matinales. Él, tras un prolongado combate de puños y coces, terminó
imponiéndose con el rival bajo uno de sus pies, ensangrentado la cara y rota la
piel en varias partes.
A través de la planta de su
pie podía sentir el palpitar del pecho del otro, le recordaba como palpitaba el
suyo cuando el animal grande de muchos dientes y gran grito lo perseguía al que
había visto comerse de un bocado a otros como él. Su pecho se agitaba igual, él
sabía lo que eso era, ahora él era igual al animal grande de muchos dientes y
gran grito.
Y el otro era él.
Pero no podía comerle, no era
para comida. Le dejo irse. Y siguió pensando.
Se levantó de un salto al siguiente
sol; corrió a por los frutos pero no cogió ninguno, solo esperó agazapado y
semioculto. Pasó un buen tiempo y sus tripas demandaban comida cuando apareció
el otro tímidamente. Le dejó acercarse y entonces apareció cortándole el paso;
le miró con la cabeza en alto, el otro sorprendido y luego temeroso no atinaba
a nada; la sangre se secaba del día anterior y las heridas dolían aún con mucho
ardor. Él fue hasta donde maduraban los frutos, eligió los que estaban a punto
y comió casi todos, solo dejó tres que no habían terminado de madurar completamente
pero que podían comerse; los cortó y se los arrojó a los pies del otro y con la
misma mano le hizo el ademán para que se fuese. El otro agacho la cabeza,
mostró su trasero y recogiendo los frutos se fue dando repetidamente vuelta su
cabeza para verle.
Pasados algunos soles y lunas
el otro se acostumbró y comenzó a comer tres y dejar los demás para él, cuando
llegara; pues ahora no llegaba a primera hora, sino que después, seguro que sus
frutos estarían y cuidados por el otro al que había dominado por la fuerza.
Había nacido el clientelismo y
el primer negocio. Y en este negocio con diferenciación de fuerzas, con
dominador y dominado, nacían las diferencias de clases, la riqueza y la
pobreza. Uno acostumbrándose a ser el dueño y servido, otro a ser pobre y servicial.
La pobreza se instalaba como
una manera de vivir por la que muchos pasarían como un escalón social y otros
se aprovecharían para vivir cómodamente dentro de un ghetto conformando sus propias
leyes, códigos, lenguaje, filosofía y religión.
La pobreza, como sistema social
o sub-sociedad (si así se me permite llamarle), ha sido desde un comienzo
numerosa y con enorme facilidad a la multiplicación; haya sido porque sus
valores morales distaron de los de la otra sociedad (la que hemos adoptado como
ejemplar y buena) o porque las mismas condiciones de vida han propiciado sus multíparas
opciones; el caso es que siempre han superado en número al resto que se ha
dividido en otras clases. Solo que en la historia han sido muy contadas las
veces en que esta clase ha tenido peso político como para gobernar y establecer
sus normas llevando sus códigos demasiado cercanos a la abolición de los de la
otra sociedad.
No es mi intención indagar ni
analizar en profundidad en este momento, las características de esta sub-sociedad
sino la de hacer un vuelo rasante sobre su superficie y simplemente observar
algunos rasgos de ella, como por ejemplo su incidencia como voz popular en la
voluntad general de un pueblo al momento de elegir a sus gobernantes. Esta masa
casi espontánea, con más héroes que líderes, con mayor mística que ciencia, visceral e ilógica
o por lo menos no respetuosa de las normas del pensamiento estructurado, que se
fundamenta más en si misma que en el individuo, mucho más parecida a un gran
hormiguero de marabuntas ciegas que a una sociedad humana, logra tener en estos
momentos peso político y coloca a personas como gobernantes que responden a sus
intereses mezquinos y poco previsores, más de cortoplacismos y encomiendas
corruptas que de planes constructivos y de largo aliento.
Pero este supuesto peso
político tiene un coste y es que ella adolece de un rasgo importante:
inteligencia, la que trata de suplir con astucia pero que no es sinónimo ni en
lo etimológico ni en la práctica de la requerida. Y es allí donde interviene un
factor desagradable a todo esto, lo que llamo el ingrediente tóxico, que se
agrega para lograr el equilibrio de fuerzas necesario para la confrontación.
Esta sub-sociedad tiene un
punto o puente de circulación con la sociedad aceptada; ese puente se compone
de la religión y la política, ambas corrompidas y con intereses similares: la
dominación y sometimiento. Este es el ingrediente tóxico que hace que la
sub-sociedad se vuelva algo reactivo hacia los fines de la sociedad aceptada.
La sub-sociedad en su ignorancia,
en su espontaneidad y su falta de inteligencia toma a este ingrediente tóxico
como bueno y cómodo, como una panacea de sus males, como un estado de bienestar
deseado y ante el “regalo” del poder da el apoyo incondicional para que se
gobierne bajo valores morales que distan completamente de los que se tienen en
la sociedad aceptada como de excelencia. De allí que tal sea reemplazada por la
mediocridad y este sea el máximo grado aspirado.
Tal vez si el ingrediente
tóxico no estuviese en juego, la masa de la sub-sociedad podría ser fácilmente instruida
para que dejara de ser estanca y fuese en tal caso (que en algunos individuos así
lo es) tan solo un escalón de paso hacia una posición mejor.
Pero está visto que esto ha
sido inscrito en la historia del ser humano desde sus albores y no es hasta
ahora posible desarmar el atávico paradigma que le lleva a seguir reaccionando
de igual manera pasen soles, lunas, años, siglos, milenios o eones.
¿Qué hará que la historia quiebre
su rumbo y el paradigma sea reemplazado?
¿Será la llegada de la tan
temida Genómica y la decidida alteración del ser humano desde su gen?
¿O será que eso que muchos
llaman consciencia se despertará por algún mecanismo oculto y divino para dar
un vuelco y cambiar el norte?
Mientras uno u otro sucede, países
como Argentina, Venezuela, Italia o España por mencionar algunos son
arrastrados por estos movimientos adiposos de la sociedad idílica que supieron
soñar los seres humanos en sus momentos de belleza interna. Mientras esto
ocurre miles, millones de seres sensibles ven como se hacen añicos sus deseos
más caros en manos de un grupo de otros que sus sueños no llegan a más allá de
sus genitales.
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