Jugando con una idea.




Me agrada la idea de jugar con una idea, la de plantearme una suposición tomando como base una frase que me resulta de lo más ocurrente y apropiada para el caso: “La Genética pone las balas y el ambiente aprieta el gatillo”.
Como bien lo reseñan estas pocas palabras, nuestro ADN sería el portador de innumerables códigos que debidamente activados por el medioambiente se desarrollarían y permitirían que la persona fuese de una determinada manera o al menos tuviese en su balanza, uno de sus platillos con mayor carga determinante para que sus decisiones fuesen de una forma prefijada como también así su capacidad para superar obstáculos, enfermedades, lograr éxitos, aumentar o no su inteligencia, ser o no violento, convertirse en un líder o terminar sus días como un jornalero. Y cada posibilidad solo podría ser convertida en príncipe o sapo con solo si había o no un beso de por medio, el beso del ambiente justo, en el momento apropiado.



Esto que parece más obra del azar que de una planificación natural sería la mecánica con que se mueven las posibilidades humanas de ver surgir su raza o de ser autodestruida antes que un cataclismo de orden universal la saque de contexto.
Si esto es tan así, cosa que está aún por asegurarse, podríamos aventurarnos en otras áreas del comportamiento humano y echándole las culpas a la genética, cuál verdadero chivo expiatorio, de la manía del sacrificio que arrastramos desde que el ser humano se encontró de pie tratando de interpretar que hacía en el planeta. Y para que la idea no parezca traída de las puntas de mis cabellos, he aquí una noticia aparecida en un periódico hace relativamente poco tiempo atrás  donde se dice haber descubierto el “gen de la violencia”.
Jueves, 8 de marzo del 2012 - 21:10h
CLARA VÁZQUEZ / Barcelona
“Unos científicos australianos, del instituto Prince Henry's de Melbourne, aseguran haber encontrado el gen responsable de la agresividad masculina en situaciones estresantes. El gen SRY, exclusivamente masculino al encontrarse en el cromosoma Y, controla el desarrollo del hombre. Además, según la web especializada MedicalXpress, se cree que puede determinar otros rasgos característicos del comportamiento varonil.”
Comencemos con destripar el “gen machista”.
De ser esto tal como la noticia lo anuncia, el gen responsable podría ser manipulado de modo que la tan desgraciada violencia del macho, que hace estragos entre las buenas mujeres del planeta, maltratándolas hasta terminar con la vida de ellas, desaparecería y los hogares se verían de un día para el otro convertidos en maravillosos cuentos de los Hermanos Grimm.  Claro que esto tendría otras consecuencias; porque el hombre machista, ese desagradable mono que solo es llevado por el raciocinio de sus genitales, que golpea a su mujer porque esta no le tiene la cena caliente ni la camisa planchada, dejaría de ser tal y se convertiría en un Jhonny Deep  sensual, amoroso, gentil, carismático, seductor, con todas aquellas virtudes que el gen machista no permitía que desarrollase. Cosa que podría ser atractivo para otras mujeres y esto cambiaría el enfoque del problema, ya que además de modificar el gen machista habría que aquietar la posibilidad que se dé vía libre al gen de la gentileza y la caballerosidad, el que traería aparejado las infidelidades a por mil.
Una modificación más nos daría un ser más anodino y aquí habría que considerar si la dama que lo había elegido como eterno compañero de aventuras ahora lo seguirá aceptando con su nueva personalidad y no se irá corriendo detrás del Jhonny de su vecina.


Esto puede provocar que se tenga que modificar, a corto plazo, nuevamente el gen machista de modo que el pobre infeliz pueda recuperar a su mujer de los sueños  aunque la cague a palos y estén felices por un tiempo hasta que la mate.
Como conclusión, no me salen los números con esto de ir modificando genes, porque si cambio algo aquí, debo cambiar algo allá, para que no se desarme otro por acullá. Y es que la naturaleza, que es mucho más inteligente que yo y que el resto de los científicos, ya había armado la estructura de modo que su castillo de naipes no se derrumbara así soplara una tramontana de puta madre.
Y me pregunto ¿no saben esto los científicos que están en este rollo hasta el cuello metidos?
Sin dudas que lo saben; lo saben y lo tienen acotado, bien contemplado y es por ello que aún no vemos esos cambios a nivel masivo en la sociedad y poco lo veremos, porque por ahora son impracticables sin el riesgo de destruir el delicado entretejido que mantiene vivo al planeta Tierra, nuestra isla en medio de un Universo absolutamente hostil para con nosotros, unos gusanillos con piel delicada y zumo de tomate templado en sus venas.
Pero la idea me sigue siendo atractiva a pesar de ser contradictoria en varios aspectos y que necesite un poliedro para encontrar un punto de vista por donde pueda verla; y quiero ir un paso más allá e imaginar, como decía anteriormente,  que no solo hay un gen responsable de la violencia machista, sino que cerca de él subyace otro gen que sería repartido por partes iguales en ambos sexos (¿por qué ambos? en todos los sexos) y que tendría la función de despertar el sentido de la autoflagelación ante la palabra sacrificio.


Esto es que el ser humano por alguna causa ambiental vería activado un gen que le inducidiría a tomar determinadas tareas bajo el significado del sacrificio mal entendido.
Para comprender esto, primero debemos entender que sacrificio es una palabra que deriva del latín sacrificium y se refiere a las ofrendas a los Dioses de animales y en ocasiones de personas para ganar de ellos, los Dioses, sus favores y protecciones. Por lo tanto sacrificar es hacer una ofrenda divina; quitarse o privarse de algo tan valioso como un animal de aquellos tiempos o inclusiva la misma vida humana, con el único propósito de obtener un supuesto favor divino como por ejemplo que lloviese, que un volcán se apaciguara, que un eclipse pasara, que la tierra diera su cosecha o que el enemigo se rindiera. Este concepto paradigmático encajado a hierro y fuego en las mismas neuronas del ser primitivo por los primeros brujos y sacerdotes han sido mantenidas hasta la fecha, vivas por las religiones y sus dogmas; gracias a ello seguimos obrando bajo la ley del sacrificio.
Pero, ¿y si esto se debiese a un “gen del sacrificio” que debido a determinadas circunstancias se haya activado y ha quedado allí rompiendo nuestro sábado o domingo según sea el caso?
Sería posible que por efecto del terror que le causó al ser humano primitivo ver los rayos caer del cielo, agregado ya al estrés que el pobre estaba sufriendo por el acoso imparable de los bichos que le superaban en varios metros de altura y otras tantas toneladas de peso, que además tenían la mala costumbre de comerles, este homo erectus se le haya activado el gen y pensando que lo que viene de arriba y no se le ve se le debía aplacar por medio del sacrificio. Algún avispado de los que nunca faltan debió ver el “negocio”, vestido con un cuero robado y algunas artimañas más se puso de intermediario del Señor Rayo y nació la religión de la mano del brujo sacerdote; cobró el diezmo, se fornicó la virgen, se comió el mejor bocado y frotándose las manos construyó la Capilla Sixtina. Mientras el gen siguió allí activo no permitiendo que el ser humano fuese todo lo feliz que debía, porque primero estaba sacrificarse; sacrificarse para ganar el pan de cada día con el sudor de su frente, sacrificarse por su Patria, sacrificarse por su vecino, sacrificarse por su familia, sacrificar el sábado o el domingo, sacrificar parte de su sueldo por los pobres y desvalidos, sacrificarse por el bien común, sacrificarse para pagar los impuestos y tributos, sacrificarse en semana santa con una cruz en las espaldas o soportando una tonelada de oro en forma de ridículas estatuas, sacrificarse por sus ideales, sacrificarse por una causa, sacrificarse para conseguir un techo donde refugiar a su mujer y su prole, sacrificarse para conseguir una jubilación, seguir sacrificándose cada domingo o sábado o viernes yendo a las reuniones de su iglesia, sacrificándose para pagar un sepelio y un ataúd. Y por fin morir en sacrificio de la tierra que le tomará y convertirá en abono de donde nacerán alegres gusanillos y flores en primavera, eso sí, sin sacrificio alguno.


En este caso sí estoy de acuerdo en que se podría poner énfasis en descubrir si existe el mencionado “gen” y de ser así urgentemente desactivarlo. La sociedad toda lo agradecerá.



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