Primavera antes de tiempo (relato erótico)



La oruga se arrastró entre las hojas putrefactas del geranio ya mustio por las tempranas heladas de ese año.
Siguió su camino ajena aparentemente a todo cuanto ocurría a su alrededor dejando tras sí una brillante estela pegajosa. Un pájaro vio la destellante senda marcada por el gusano y se precipitó para comérselo.
Un gato que por allí pasaba observó estático como el ave bajaba en su vuelo, cuando pasó al alcance del felino, este estiró las garras de su pata y de un zarpazo lo derribó. Sus dientes afilados dieron cuenta del pájaro en pocos minutos.
La oruga siguió su lento caminar rumbo a la rama predestinada para que su metamorfosis se produjese.
Elina sentía los rubores de esa magnífica primavera, poco le importaba si no llovía como todos los años y el embalse bajaba su cota, tampoco era de su interés las consecuencias de la sequía que se mostraba sobre el valle en que vivía junto a sus padres.
Para ella esta era su primavera, la de su propiedad, la mejor y la única que pensaba vivir con intensidad.
Salió de su casa avisando que iría hasta el cauce seco del río a buscar flores y bichos. La madre le dio los consejos oportunos y viejos de tanto repetir.
-      Ten cuidado Elina.-
-      No tardes Elina.-
-      No te lastimes Elina.-
-      No vayas lejos Elina.-
-      Mira que tu padre regresa en dos horas Elina.-
-      Hazme acordar cuando regreses que tienes que hacer una compra Elina.-
Elina, Elina, Elina, tantas veces repetido su nombre que ya le odiaba escucharlo. Ella ya era mayor, había cumplido quince años, toda una vida, muchas mujeres a esa edad ya eran madres con hijos colgando de sus cinturas.
Ella por supuesto que no.
Cruzó el sendero que llevaba al río, se alejó a campo traviesa y se dirigió a un bosquecillo de álamos que susurraban canciones desconocidas cuando el viento era leve como las nubes de azúcar.
Se internó entre los árboles hasta que halló su lugar preferido entre piedras antiquísimas tapizadas de fino y verde musguillo.
Una de las piedras formaba con otra un asiento reclinado en el que Elina se estiraba para ver pasar las nubes entre las ramas de los árboles, y allí soñaba con aventuras imposibles de secretas cuevas habitadas por seres increíbles, alados dragones, princesas en apuros amorosos, caballeros con sus cabalgaduras relucientes al sol, y muchas otras maquinaciones que se inventaba.
Era una creadora innata, soñadora y romántica que se dejaba llevar por sus historias a lugares inexistentes.
Esa tarde se reclinó en la piedra-sofá, como ella la llamaba, y estaba a punto de entrar en uno de sus mundos mágicos, cuando descubrió muy cerca de ella un rollo de papel colorido. Lo tomó con cuidado y lo desenrolló.
Era una revista.
Abrió sus hojas y sus ojos fueron como platos grises, enormes, casi saliendo de sus órbitas.
La revista era de aventuras, pero no como ella solía imaginarse, no había castillos, ni ningún caballero iba montado en un jamelgo blanco, no había enanos cantarines ni brujas malvadas, tampoco estaban aquellos personajes que su mente trabajaba, como si de arcilla se tratase, haciéndolos a la imagen de sus sueños.
En su lugar había fotografías en colores de hombres jóvenes, acompañados por señoritas muy hermosas que se mostraban desnudos.
La primera reacción fue la cerrar las páginas y tirarla lo más lejos posible, eran aventuras muy distintas de las suyas.
Pero la curiosidad pudo más, quizás fue que de pronto su sangre se alborotara como cuando vio por primera vez a Emilio, el joven dependiente de la panadería del pueblo, o cuando le llegó la primera regla y todo su mundo se transformó en dudas y asombros.
La revista relataba los escarceos amorosos de un muchacho llamado Jolié; este mancebo muy bien dotado en su físico mantenía sesiones sexuales con varias señoritas mostrando sus atributos naturales en plena excitación. Las imágenes eran totalmente explícitas y el texto, aunque breve, declaraba sus apetitos básicos y salvajes en el momento de acceder al cuerpo de alguna de las jovencitas con las que se relacionaba.
Las mejillas de Elina pasaron del rosado natural a un bermellón sofocante, sus vestidos le daban la sensación que le molestaban y aquellos lugares de su cuerpo que consideraba muy suyos e inaccesibles, se volvieron calientes, jugosos y el deseo de tocarles buscando una desahogo inmediato hizo que su mano libre, se metiese entre la braga y su vello alcanzando zonas inexploradas hasta ese día.
Un acompasado y automático frotar de los dedos en su entrepierna hizo a poco de comenzar que su respiración se entrecortara, su sangre bullese por sus venas y en la boca la saliva se volvió abundante y deliciosamente dulce. Su lengua repasó los labios como si buscara que nada de ese elixir mágico se perdiese.


Poco a poco, las hojas pasaban y el frenesí desatado en el volcán recién despierto de su intimidad llegaba a la erupción deseada.
Al fin, una explosión de placer que le hizo levitar le llenó los ojos de lágrimas y la mano de un jugo meloso que no tardó en llevarse a la boca, el sabor era algo que jamás había probado ni lo volvería a hacer, único por el estado, por la primogenitura del acto, porque ya no sería la misma Elina que correteaba pensando en príncipes y princesas. Ahora su mente imaginaba encuentros reales para experimentar más allá de lo que había conocido; necesitaba de la presencia de un hombre que le hiciera lo mismo que en lo visto en la revista, tener un magnífico rabo que le excitara y complaciese en sus más salvajes deseos.
Las tardes de aquella primavera fueron de exploración íntima y de placeres personales dados por sus manos que se fueron volviendo cada vez más hábiles en lo de buscar zonas y puntos álgidos para alegría de sus sensaciones privadas.
El verano se insinuaba por encima de las flores de los manzanos y los naranjales, el aire se llenó de perfumes enloquecidos y los deseos de Elina, de estar a solas en su refugio aumentaron.
Una de esas tardes, intentando hallar un espacio reconfortante del calor que se apoderaba de la panadería, el dependiente caminaba por el bosquecillo cuando vio a Elina recostada en las piedras en pleno acceso a sus placeres más íntimos, se quedó observando esa escena lúbrica y sus hormonas dictaron actos que escapaban a lo prudencial. Se acercó sin hacer ruido y estuvo tan cerca de ella que podía oler el aroma que su cuerpo despedía como invitaciones lanzada a los vientos.
No pudo contenerse y le acarició el brazo que se movía en un continuo vaivén.
Elina, despertó de su ensoñación dando un salto que la puso de pie inmediatamente; roja como una manzana madura no supo decir más que:
-      ¿Qué…qué haces?-
-      Nada, y perdona si te asusté, pasaba por aquí y te vi, me pareciste tan hermosa que no pude resistir el no tocarte.- respondió el joven.
-      Pero… no me toques así.- los sentimientos de Elina se mezclaban y le trastornaban el razonamiento.- Me has asustado y no… no estaba preparada para que alguien…bueno tú te aparecieses.-
Excusas que salían de su boca aunque su mente aun convulsionada por el placer que estaba por alcanzar, le pedía a gritos que le invitara a yacer junto a ella y compartir sus experiencias.
Hasta ese momento ella había mantenido su mirada fuera del joven, pero fijó sus hermosos ojos grises y le dijo:
-      ¿Quieres sentarte aquí, conmigo?-
-      Claro!- exclamó él y se acercó a ella.



El verano pasó, llegaron las otras estaciones para cumplir con el ciclo eterno de girar en círculos en un universo tan bello como cruel.
Una nueva primavera sentó sus reales haciendo florecer otra vez a los manzanos.
De Elina solo se sabe que partió en el otoño pasado a casa de su tía abuela para continuar los estudios, al menos esa fue la explicación que dio su familia, aunque las malas lenguas pueblerinas que nunca faltan, dicen que se fue embarazada y llena de vergüenza a dar a luz lejos de allí. Peor ya sabemos de qué son capaces de imaginar los habitantes de un pueblo en que casi nada ocurre de interés; seguro que Elina regresará pronto con sus estudios finalizados y un diploma en sus brazos, al que habrá que darle un nombre y bautizarle.


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