Serie Microrrelatos 1º
SERIE MICRORRELATOS
El microrrelato es un texto breve en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional, que usando un lenguaje preciso y conciso se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente a un lector activo
Los
sonidos del silencio.
La
música se tornó demasiado íntima para la escena.
Un
piano solitario quitaba al silencio su pesada presencia y dejaba un velo que
corría por el salón, como si fuese una aparición funesta de ultratumba, que
quisiese tapar lo dicho con la piedad lapidaria de lo pasado.
Ya no
había camino que desandar, el hecho estaba recorrido y borrado por los gestos
altisonantes y agresivos lanzados al aire, como se aventean los malos
pensamientos.
Las
palabras no tienen culpa ni juicio hasta que la boca apresurada les da la
intención. Y salieron por despecho, lo comprendo, pero pudiste haberlas
retenido, masticado, degustado y filtrado de su ácido contenido; sí, claro que
pudiste hacerlo, pero primó el odio enjaulado en tus entrañas que oscurecieron
todo razonamiento y fueron lanzas quebradas, puntas afiladas, dientes
entrenados para desgarrar, uñas de garras acostumbradas a la pelea por un
pedazo de gloria. Todo eso y más significaron para mis oídos. Hallaron fácil
camino hasta mis recuerdos y destrozaron años de paciente estudio y
concentración.
Cada
nota puesta en libertad, cada acorde afinado hasta el hartazgo, cada yema de
los dedos curtidos para nada, la sinfonía se interrumpía y el silencio
reclamaba su territorio una vez más, una vez más.
No te
fueron suficientes las anteriores ocasiones, no labraron en ti la plácida
sensación del permitirte una disonancia, un pequeño fallo, una imperceptible
queja del ala de una mariposa, no lo fue y diste el dictamen justiciero que tu
atento oído te marcó.
No
pude con el peso inconmensurable que ponías sobre mis esfuerzos de horas
quitadas al sueño. Allí donde me dijiste que hiciese lo que quisiera y que no
te molestase; lo hice, en solitario afronté el desafío hercúleo y conseguí el
resultado que buscaba.
Lo
expuse ante ti, ufano del galardón que me darías al escucharlo.
Pero
no, te dejaste llevar por tus ansias nacidas en la misma bilis y me enrostraste
la sentencia capital.
No es
hora de seguir con reproches, lo intentaré una y otra vez, no serán tus
epítetos despreciables los que me amilanen; de los fracasos se aprende para
superar los siguientes obstáculos.
Volveré
al taller y afinaré nuevamente el motor y entonces, cuando hayan pasados mil
noches te acordarás como suena el tubo de escape de la Vespa y no dirás que
hace ruido a pedos de gordo.
Vaya
tamaño insulto que has echado, vaya metáfora inmunda… ¡Andá a cagar!
Sensual
despertar
Fue
ese desayuno que preparaste la fatídica mañana del viernes.
Preámbulo
de los hechos que se sucedieron como perlas de un collar.
El
recién despertar te atavió de las primaveras que llevabas sin amor; mis deseos
vivían esperando el momento, la visión de la figura traslúcida hizo el resto.
Perdí
dominio de mis manos, ya lo sé…
Acaricié
en un principio, goloso con la mirada. Luego fue ese dejar que resbale sin
oposición. La sensualidad del sol oculto tras la madreselva, espiando nuestro
romance, puso al morbo a trabajar.
Te
imaginé, después me hice de ti. Te desnudé.
Mostraste
sin pudor tu untuosa piel, me embriagué.
Quise
que fueran mis dedos los que se hundiesen en ti; primeros acordes de la
sinfonía esperada.
Cerré
los ojos presagiando el siguiente movimiento, mi boca se hizo agua.
Entonces
lo terrible, la escena la irrumpió ella con su grito destemplado, tronchando un
acto puro de amor pleno.
- ¡Ni se
te ocurra poner mantequilla a la tostada, que estás hecho un cerdo y yo me
gasto haciéndote verduras hervidas! ¡Habrase visto al glotón!
Te
oculté en la nevera, pero nuestro amor seguirá siempre pendiente… no te
olvidaré.
A un
tiro de fusil.
La
batalla comenzaría de un momento a otro, en el aire se olía el combate en
ciernes y hasta los cielos eran consecuentes con sus arrebolados grises.
Martes,
día del enfrentamiento decisivo, la consigna era la misma que los antiguos lacedemonios,
“Con tu escudo o sobre él” rezaba la empuñadura del arma temida. Un
recordatorio para que lo llevases después que tus ojos se cerrasen para
siempre.
Miré
el horizonte negro y dije para mí: “Libia siempre trae algo bueno” recordando a
Aristóteles. Giré la cabeza y la mirada se llenó de la luz de un sol apenas
despuntando, a una frase vino la siguiente, la de Plinio el Viejo: “De África
siempre algo nuevo”, era la voz de la escondida y cobarde esperanza que se
refugiaba en la trinchera de mi corazón.
Los
pájaros matutinos habían abandonado el teatro de la tragedia por venir, solo el
terco viento aullaba como alma en pena por entre los pastos más altos, canción
de despedida, canción de muerte segura, rorro de una partida ganada por el
enemigo.
Calculé
la distancia de tiro, medí la curvatura y la incidencia de la velocidad del
aire; una nueva frase vino a la mente: “Dios siempre hace geometría”
pronunciada por Platón. Sí, es cierto el destino es solo un juego de
probabilidades en manos de un desquiciado.
Cargué
el arma, me encomendé a un dios inventado al momento de la desesperación, ante
lo inevitable.
Apunté,
dejé de respirar para que el tiro arrojase un proyectil recto a la diana que
esperaba.
El
primer sonido que emitió, fue una queja del muelle del disparador que se
destrababa dando paso a la próxima maniobra.
Un
último paso, poner la mira por delante del objetivo en movimiento y apretar el
gatillo.
Respiré
una sola vez para sumir mis pulmones con aire para la esforzada decisión, la de
permitir que la bala saliese sin posibilidades de retornar a un estado
anterior. Iba a por su sino y destino.
Tras
el disparo involuntario, porque no llegué a percatarme de la acción en sí, subí
la boca del fusil y observé.
Hay
veces que un tiempo cortísimo puede equivaler a una eternidad, tal así fui
viviendo el disparo.
Al
escuchar el chasquido de eso que se rompe y que jamás será restituido por más
que te empeñes, recordé la tarde de té en que rompí una taza de fina porcelana
china de mi abuela. Ella dijo que todo en la vida se asemeja, así una taza rota
era como la inutilidad del que tiene el corazón roto o resquebrajado, se
parecían al desengaño de nuestros esperanzadores anhelos, jamás un sueño
quebrado dará el fruto codiciado.
Apreté
el gatillo, la marcha de la bala no tendría la posibilidad de retrotraerse, era
libre y con rumbo fijo.
El
patito de la feria volcó su erguida figura y doblándose me hice del peluche de
premio.
Mis
sobrinos agradecidos hacían vivas alrededor del obsequio ganado. Al fin pude
acertar una vez más.
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