Serie Microrrelatos 2º

SERIE MICRORRELATOS 2º



El microrrelato es un texto breve en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional, que usando un lenguaje preciso y conciso se sirve de la elipsis para contar una historia sorprendente a un lector activo


Primero fue un dolorcillo en el diente que tanto había costado crecer.
Luego se intensificó.
Más tarde, cuando caminaba por la sala, jugueteando con la lengua sobre él, notó que se movía.
Al día siguiente, estaba casi pendiendo de un fino hilo de piel y nervio.
Se caía irremediablemente; lo haría en horas, minutos.
Fue ese día en que se dio cuenta que comenzaba a envejecer y solo iba por su quinto cumpleaños. 





Suelo mirarle y no perderle de vista cada vez que está dentro de mi alcance.
Es bella, pero de esas bellezas serenas que van asentándose con el tiempo.
Es joven, demasiado para mis canas dicen las viejas; un regalo dicen mis amigos; algo imposible dicen mis detractores.
Llegó como lo hacen los ángeles, desde el cielo. Me tomó en sus alas y me transportó a su paraíso.
Ahora sé que hay otras dimensiones. Que podemos trasladarnos entre ellas, pero solo hacia adelante. 
Por ello que no pierdo la ocasión de mirarle, de fijar en mi mente sus rasgos, no quiero que mi memoria falle cuando deba buscarle nuevamente entre los pasajeros del próximo viaje.





Comencé mi día con un mal paso.
No bien puse un pié en el suelo, pisé un ajo
- ¡¡Carajo!! Pisé un ajo.- dije
Luego todo salió bien.
Al medio día hice un sofrito muy delicioso.
Al fin nada se pierde y todo se aprovecha.






- Y un día por la mañana, iba caminado y me morí.-
- ¿Y qué has hecho después?- preguntó preocupado
- Nada, me descompuse.-
- ¡Ah! De allí el olor.- dijo dando dos pasos atrás
- Si, es lo único malo.-
- Vale – dijo – no creas al fin te acostumbrarás…..como todo.- y siguió su camino
Es que esta vida es maravillosa y a todo terminas amoldándote.





Estaba tumbado sobre el sofá con un libro de Kafka entre mis manos, cuando ella irrumpió en la sala:
- A ti, o se te ama o se te odia!!- dijo en un alto tono, como si tuviese un gran auditorio que esperase de ella la máxima interpretación.
- Y tú, ¿me amas o me odias?- le respondí sin sacar mis ojos de la lectura, aunque ya no leía.
- Te odio - respondió con furia contenida.
- Pues vete –
Tomó sus cosas y se fue.
Estiré mis patas y dejando el libro me escabullí debajo del sofá.
Allí vivo desde que se fue y muy a gusto que estoy.





Las silenciosas barcas de arena se recortaban sobre el lívido mar seco y el cielo rojizo; las velas sutiles desplegadas se dejaban llevar por los vientos que emanaban de los canales milenarios.
El Señor Aaa y la Señora Kkk se acomodaron en sus hamacas y disfrutaron del viaje que les llevarían hasta la taberna donde podrían escuchar música de los agujeros escondidos y recodar las épocas en que Ellos no habían aun llegado.
La temperatura bajaba como en todos los atardeceres, por lo que el brazo automático abrió la chimenea y encendió un fuego para que el viaje fuese más ameno.
El Señor Aaa le dijo a la Señora Kkk:
- ¿Qué quieres que eche al fuego para avivarle esta tarde querida? –
- Echa ese libro del tal Ray Bradbury que es muy aburrido y promete dar un buen fuego hasta que lleguemos a la taberna.-
El Señor Aaa así lo hizo y arribaron cómodos a su tarde de música folclórica.





Hacía días que el perro marrón vagabundeaba por las calles desiertas del pueblo. Era invierno y todos estaban refugiados en sus casas, con el hogar encendido, oliendo a leña quemada y guisados potentes.
El hambre acuciaba el estómago del desgraciado can y en sus vueltas matinales solo halló las uvas de una temprana viña que maduraban; poco tardó en dar cuentas de ellas hasta que las tripas no aullaron más que él.
Quiso el destino que tuviese deseos de orinar justo delante del único borracho del poblado que a esas horas cambiaba de lar en su recorrida diaria. 
Orinó a gusto el chucho en la esquina del portal y cuál fue la sorpresa del borracho, el orín era vino y del mejor.
De taberna en taberna intento el amonado vender al prodigioso tuso, pero en vano nadie le creyó.
Desde aquél día en el pueblo no volvieron a ver al ebrio andar de bar en bar; y muy contento está con su amigo que en lugar de leche, vino le da.





Hace diez años atrás, caminaba por un sendero oscuro y la misma Muerte se me presentó y me dijo:
- Te doy tres días para que arregles tus asuntos que te vengo a buscar. –
Sorprendido en mi buena fe, con el alma en un hilo, pero consciente que la Parca tiene lo suyo, le repliqué al momento:
- Y yo te doy dos días para que soluciones todos los asuntos que has dejado sin resolver por ser tan arrogante y presurosa. Si los has hecho en ese plazo, aquí estaré en el tercer día.-
Pues hace diez años que no le he visto el pelo a la que le dicen La Guadaña.





Una palabra se quedó en la punta de la lengua. No quiso salir, pronunciarse, expresarse y dar su contenido a los oídos que prestos estaban para escucharle.
El aire detuvo su andar, todo quedó paralizado en una inútil espera donde la caprichosa palabra no quería salir a escena.
Al fin de un tiempo, en que lo prudencial había dejado de existir y la paciencia abandonara el atrio, una boca exhaló un: 
- ¡Vale! Que es hora ya!-
Pero la palabra inmutable, cerrada en su propia decisión, imperturbable ante cualquier presión y aferrada a la más extrema papila gustativa, no salió.
Todos, hasta el más pertinaz se retiraron del lugar, perdiendo interés en lo que la palabra quería decir.
Y allí está desde aquel día, colgando de la lengua, con su concepto vestida, con su importancia a cuestas, impidiendo que el mundo sepa de qué se trata, pero ella obstinadamente, no quiere soltarse de la última papila de la lengua.





Hay una ciudad en un país, que tiene once barrios.
Uno de los barrios de esta ciudad, compuesto por doscientas una manzanas, es habitada por una familia con dos ancianos, una madre, un padre y tres hijos varones; tienen además un perro y un gato.
En esta familia de siete personas y dos animales, un día del año pasado cuando era primavera y se cumplía la mitad del mes de mayo, un pájaro entró por la ventana de la habitación de la pareja de ancianos.
Todos corrieron al momento a ver al pájaro que dio una vuelta, como tomando nota de lo que allí había y de cuantos estaban mirándole en su vuelo de reconocimiento.
El pájaro se fue por la misma ventana por donde entrara y no se lo vio por dos días.
Al tercer día y en  los sucesivos, el pájaro entró una vez al día por la misma ventana y depositó una pajita en un rincón de la habitación.
Al cabo del mes de mayo, cuando habían transcurrido quince días de la aparición del pájaro, la familia de dos ancianos, una madre, un padre, tres hijos varones, un gato y un perro, también tuvo un pájaro.





Hoy soltaron al Minotauro por las calles del pueblo.
Le han dado un descanso de tanta cadena en la Plaza del Laberinto, que de vez en cuando hay limpiar tanta porquería acumulada, tanto hueso humano, tanta ropa de vírgenes por allí tirada; y es que el medio hombre, medio bestia es un desastre a la hora de acomodar la casa. No lo va con eso de cada cosa en su lugar.
También hay que comprender a la bestia; su madre, la Pasifae esa, además de liarla parda con el Toro podría haberle enseñado algo al crío y no traumarlo más. Sobre que ya le faltaba la figura paterna, encima la madre se le ausenta con no sé qué asunto de las infidelidades de un tal Minos al que hacía eyacular víboras y escorpiones. Y rencilla va, rencilla viene, que una maldición hoy, que una visión mañana así fue descuidando al hijo y este se le dio por comer sirvientes. 
Es que cuando se pare hay que criar y no andar de bares.





Un hidrocloruro que ese día se levantó con ganas de joder, rumbeó para la plaza mayor en busca de algo que le distrajese. Últimamente la vida no le ofrecía muchas alternativas divertidas, ni nada que fuese un acto asombroso que nuevamente le diera ganas de renovar sus fuerzas íntimas y volver a ser el que fuese antes; antes cuando andaba libre por todo el valle sin que nada le detuviera.
En los bancos de siempre, estaban en silencio otros hidros como él, seis en total. Cabizbajos, amargados, viviendo sinrazón y agobiados igual que él.
Verles fue peor que la imagen que el espejo le devolviese esa mañana al salir de su casa.
Algo se rompió dentro suyo, la impotencia superó el límite e hizo lo que nadie esperaba, abrazó a los seis y formando un heptahidrocoruro. 
Como corresponde, de inmediato apareció un hombrecillo vestido de gris con una etiqueta en la mano y les rotuló rápidamente, mientras les encerraba en botellines esterilizados con el nombre de Denubil, psicoestimulante para el tratamiento de pérdidas de memoria. 
Al fin la vida del hidrocloruro tomaba una dirección con algo de sentido.
Las buenas causas suelen salir de la compañía de otros.





Le picaba la oreja.
Se rascó.
Al rascarse, notó que un bicho se le subía al dedo con que se rascaba.
Paró de rascarse y miró su dedo con el bicho en la punta de la yema.
El bicho le miraba fijamente.
De pronto el bicho le dijo:
- ¿Qué me miras?  ¿Nunca has visto uno de mi especie? ….. Bueno si has terminado de mirarme, por favor déjame en algún lugar donde pueda seguir con mi vida, que bastante tengo hoy que andar para buscarme el sustento. Que mi vida no es como la tuya,  que mejor que te enteres, que la llevas regalada. Allí tú con dos patas y un mundo a tu medida……pues bájame de una buena vez.-
Trago saliva. 
En su vida un bicho le había hablado, ni tampoco le había planteado en dos frases, verdades como un puño como estas.
- ¿Qué haces tío? ¿Qué haces que no me bajas o me dejas en algún lugar donde pueda seguir, coño?!!!- dijo el bicho muy malhumorado y a punto de perder la paciencia.
Con cuidado bajo el dedo hasta el borde de la cómoda y lo acercó para que el bicho pudiese apearse de su dedo.
El bicho se movió girando en media vuelta y con paso acompasado salto de su dedo a la cómoda y se perdió entre las juntas y recovecos del mueble.
Él, inmóvil, juramentó no decir nada, no contar que un bicho le había obligado a dejarle en el borde de la cómoda, ni que le había hablado.
Miro hacia un lado, hacia el otro, giró por si había alguien detrás. Estaba solo.
Respiró profundo y se dijo a sí mismo:
- Los bichos no hablan –





Me salió un pelo en la oreja derecha.
Lo note esta mañana.
Preocupado busqué una pinza pequeña para extraerlo.
Munido de un espejo lo localicé y tiré de él con fuerzas; comenzó a salir.
Estuve un buen rato tirando y el pelo saliendo.
Alejé el espejo de la zona de mi oreja donde el pelo estaba.
Noté que me he quedado pelado. O destejido…….





El correo ha dejado un aviso: “El destinatario no se hallaba en su domicilio”.
Tomó el papel adherido al telefonillo y lo miró por derecho y revés, no había dudas que era para él, pues estaba su dirección, su piso, su puerta, su nombre y apellido.
Al volver a entrar al pasillo que da a la escalera y los ascensores, vio una carta que se había caído de uno de los buzones que se mostraba abarrotado, la cogió y la sorpresa le inundó, era para él; además el buzón ahíto también era el de su propiedad.
Un tanto abrumado subió las escaleras hasta su piso. Traspasó la puerta y se halló a si mismo tirado en el suelo, medio descompuesto.
- Debo hacer algo con este cuerpo que está aquí ya hace más de un mes.-
Y fue como todas las mañanas a estirarse en el sofá a esperar a su amante.





Tengo una ventana de cuatro paños.
Si me siento en medio de los dos centrales puedo abarcar el total de la bahía que tengo por delante.
Tres son los colores que encuentro casi todos los días, amarillo arena, azul mar y azul cielo.
Algunos otros el azul cielo me lo cambian por el gris nube o el negro tormenta, pero es circunstancial, solo circunstancial.
Cuando un barco color óxido llega desde el sur, primero veo un puntito rojo oscuro; al rato una silueta similar a un barco oxidado. Entonces desde el otro lado, desde el norte, parte el remolcador con sus colores rojo, verde y azul brillante.
Al cabo de un rato ambos bailaran una extraña danza en el paño del medio de mi ventana y se irán tomados por una cuerda hasta el puerto norteño.
Así es mi ventana.


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