Las Cebollas. (relato homenaje con anáforas)




“El proyecto del ego nace fracasado...; El ego es una cebolla después de eliminar todas sus capas...”
Cuauhtémoc Molina Monroy, filósofo y escritor de la actualidad.

Miraste el reloj y tomaste en cuenta que el mediodía se acercaba a pasos de gigante, que si no ponías manos a la obra no habría comida a tiempo.
-       El tiempo es poco, pero he de aprovecharlo lo que más pueda.- pensaste mientras ibas en busca de lo necesario para la comida.- haré como plato principal tres carnes con el sofrito que la hizo reconocida en el pueblo… aunque no lo pruebe.

Ella supo que no tendría el resto de sus días como lo había planeado y la consolaste diciendo que eso estaba lejos como para preocuparse, que seguía siendo La Jefa, la dueña de vida y suerte, la que mandaba y que todos los que estaban bajo ella solo obedecían sus designios. Se lo dijiste y lo repetiste para convencerte que los días no se acortarían, que nada cambiaría, cerraste tus ojos a la realidad cruel que te planteaba un hecho concreto y crudo.

Crudo cada elemento para que se cocinen al mismo tiempo, por otra parte harás un sofrito que quede ligero, para que no les resulte un tanto indigesto y les de sueño después de comer. Buscaste el tomate y le quitaste la piel para triturarlo, la albahaca, el aceite de oliva, los dientes de ajo, el caldo de carne que hiciste ayer adelantando la faena, sal, especies, y la cebolla. ¡Tanto te cuesta pelar una cebolla!, tantas veces la viste a ella hacerlo para los demás. Te decía: “La cebolla picada muy fina, solo rehogada para que quede transparente y entonces le agregas el ajo picado, el tomate, el resto de aceite, la sal y dejas la albahaca para el final, que le dé el sabor intenso y no antes porque se quema y no queda nada más que hebras oscuras sosas, igual con las especies, así hago el sofrito.” Y tú la imitas en cada paso. Sabes que no comprende ya lo que era capaz de hacer, que su memoria se ha ido cubriendo de una niebla densa que no cesa de llegar a la mente.

“La mente es un gran desconocido, no sabemos por qué en determinado momento una neurona decide morir, suicidarse, activando como lo hace un terrorista auto-inmolándose con un cinturón de dinamita. Lo malo de esto es que por solidaridad, las neuronas vecinas se sienten contagiadas por este acto y mueren de la misma manera. El conjunto de neuronas necrosadas constituyen un sector del cerebro que deja de comunicarse, es igual a un grupo de líneas telefónicas que dejan de enviar mensajes por lo que un sector queda incomunicado para siempre.” Lo escuchas y no puedes entenderlo, tu razonamiento te dice que no es posible que esto ocurra así, sin explicación, sin nada que lo detenga, sin alguna técnica que restituya las facultades que ves se van apagando, una a una como las luces de una calle al amanecer; pero este no es el momento previo a que el sol ilumine, sino que es a la inversa, se extingue cuando la noche llega con toda su negrura. Dice un relato que leíste hace tiempo, que los recuerdos jamás desaparecen, que solo los encajonamos en lugares que no queremos volver a abrir, que el olvido no existe. Sin embargo aquí lo tienes presente, el olvido es una enfermedad.

Una enfermedad que recuerdas de tu infancia, fue la gripe que te tenía a mal traer cada otoño y se extendía a lo largo del invierno, uno tras otro. Una cucharada cada cuatro horas del zumo preparado con tres cebollas, dos dientes de ajo, el zumo de un limón, lo dejaron descansar veinticuatro horas y luego te lo dieron de beber seis veces en el día; la gripe desapareció, la tos quedó en nada y la fiebre simplemente se fue. Ahora tienes que pelar las cebollas para el sofrito y piensas: “Odio esto; no solo hace que llore cuando las voy picando, sino que el olor que me queda en las manos e impregna la ropa, lo puede oler un resfriado desde la manzana siguiente.” Te resistes a hacerlo como hasta ahora y dispones los redondos bulbos, que parecen reírse de tu decisión. Las pelarás cómo te dijo tú amiga: “Una a una le quitas la primera capa y las dejas que vayan exudando su olor, que no será mucho. Cuando le has quitado la piel a la última, comienza con la primera que cogiste y quitale la telilla blanca que está entre la piel marrón claro y la capa gruesa; las lavas una vez terminada la ronda, y recién entonces recomienzas a quitar capa por capa. Es mucho más lento, pero ni olerá ni te hará llorar, un santo remedio.” Si haces esto, el tiempo que tienes para el sofrito será largo y no llegarás a término para cuando debe estar lista la comida del mediodía; pero quieres probar y repites como te dijo ella.

Ella es fuerte, tardará años en desarrollar la enfermedad y tendremos tiempo de disfrutar juntos mucho tiempo hasta que se vean los primeros síntomas. Sin embargo cuando llegó el verano fuiste testigo que su carácter había cambiado; estaba más agresiva en el trato con todos, se enojaba con facilidad, sus órdenes eran a gritos, parecía muy alterada y la poca paciencia que tenía había desaparecido. Además notaste un leve olvido en cosas simples. Te pareció que exagerabas y lo dejaste a un lado, pero ese año le escuchaste decir frases incoherentes, no fueron muchas ni constantes, solo momentos aislados. Al fin te viste en la necesidad de hacer una nueva consulta con el médico y él te dijo: “Ella tiene diagnóstico confirmado y esto que usted nota, es el avance que hace la enfermedad, ya está en los finales de la segunda fase, de siete en total. Le haremos otros exámenes para ver la situación neuronal. No espere que mejore, al contrario, cuando entre en la fase tres se evidenciarán las pérdidas de facultades. ¿Conoce usted cómo se desarrolla la enfermedad?”, le dijiste que sí, que lo habías buscado en libros y en internet, que estabas informada, pero en realidad solo habías leído muy poco, seguías pensando que eso lo dejarías para cuando estuviese peor; no ahora que estaba bien, razonaba y seguía llevando una vida normal, como cualquier persona. Tú ego se interpuso entre las evidencias y la realidad, dejando todo para última hora.

Hora de comenzar con el martirio, pelarás las cebollas. Te pones guantes, el delantal con peto, quitas todo que pueda ser salpicado con las gotas perfumadas. Odias las cebollas desde que te curaron la gripe de cada otoño, el recuerdo no te abandona, se reitera como la gota de la tortura, una a una millones de veces hasta que la blanda agua puede con la dura roca. Así va horadando la enfermedad, gota a gota, día a día creando vacíos que no se tapan ni con la negación del hecho. La primera piel, la marrón claro como si estuviese bronceada, va cayendo en el recipiente que has puesto para recoger los residuos. Hace años que no haces está comida, hoy es un día especial, se reúne la familia completa y te has impuesto servir este plato hecho con tus manos, a pesar de tener que pelar y picar las cebollas, tu pesadilla se va cumpliendo. Los miedos hay que enfrentarlos para que no se hagan con tu vida, te recomendó una mañana ella, cuando tú llegaste temblando por lo que habías hecho. Sí, los miedos hay que derrotarlos presentándoles batalla hasta que se vean reducidos a nada, y puedas vivir libre de limitaciones.

“Las limitaciones harán que se vaya encerrando en una cápsula irreal, los delirios y las alucinaciones aparecerán como pesadillas en el sueño, luego traspasarán esa frontera entre la ensoñación y la vida real, apoderándose de sus razonamientos, los que verán como incoherentes. Tendrán que estar preparados para esa fase, es la que sigue a la tres, la cuatro y ya está en ciernes.” El médico te anticipó de esto que ocurre, a pesar que sostuviste que estabas informada, tal vez fue un gesto apresurado, un movimiento de tus ojos evitando su mirada, él supo que evitabas conocer todo cuanto sucedería. Que estuvieses consciente del futuro evitaría el sufrimiento por el que estás pasando, pero no escuchaste, te distrajo el texto del diploma colgado en la pared del consultorio, te hundiste en el blanco papel y buceaste en sus letras pensando a qué edad se había graduado y en qué universidad. Él sabía que de tu formación dependía que la enferma fuese solo ella y no ambas.

Ambas manos enguantadas van por la telilla tan fina, que puedes ver a través de ella, parece inocente, inofensiva, sin embargo concentra todo el maldito perfume que odias. Las quitas y con gestos de venganza épica, los de una conquistadora que pone bajo sus pies a un enemigo odiado por generaciones, los de la heroína que con solo su espada derrota un ejército completo. Mientras tanto quienes te ayudan van colocando el mantel, los cubiertos, las servilletas y las copas, ya iras a ver como todo está en orden. Imaginas cómo irás sentando a los comensales, por más que la reunión sea por un motivo grave, no dejarás que la alegría del encuentro la empañe sin más. La telilla ha sido quitada, te enfrentas al reto esperado, la primera verdadera capa, esa que protege a todas las demás, la que guarda esa esencia que te ha quitado el sueño de muchas noches.

“Noches sin dormir, tendrá que administrarle un somnífero que le haga descansar, si quiere dormir más de lo normal, déjela.” Pero pensaste que ella siempre ha dormido mucho y bien, que sería una advertencia más en las normas generales, pero ella era diferente. Es fuerte, superó en su vida pérdidas y ganancias sin que se le moviera un pelo; hizo frente a los estertores de un machismo social que la segregó, pero en lugar de aplastarla y someterla como era su meta, les puso su pecho y fue por más dominando a los opresores y las malas lenguas. Si tuvieses que hacer un balance, dirás que su única merma a los largo de sus siete décadas ha sido el privarse de ser feliz con sus hijas y la familia. Tantas horas detrás del sustento diario, tanto esfuerzo para vivir épocas de crisis sin perder un duro, tantas noches pensando en las deudas para llegar a una vejez sin ellas; al fin el afán solo le trajo acritud en su rostro y el futuro embargado por un mal que no esperaba. Les enseñó que cuando se propone se alcanza sin decirlo en palabras, fueron sus hechos y vuestra capacidad de análisis las que dieran cuentas de su sabiduría práctica, tácita, evidente; formó su orgullo el saberse capaz en tierra que le fue hostil, fundamentó su visión en la tozudez de ir en contra de las normas que se imponían despiadadas para frenar su avance, y fue a por más. Sois herederas de un titánico esfuerzo que no podrá disfrutar; su vida se apaga ante tus ojos sin que nada pueda hacerse, solo resignarse y esperar, lo que jamás concibió como alternativa, el mal le doblega hoy. Sin embargo las evidencias no alcanzan para que lo aceptes tal como es, luchas contra el mal asumiendo su propio papel, te pones su piel y confrontas como lo haría ella si pudiese, te alzas en defensa de una causa perdida y no quieres cejar, ni reconocer que la batalla la ganó otro antes que nacieras. El enemigo latente se instaló en su cuerpo cuando priorizó el genio sobre el sentimiento, y hoy este reclama su cuota, el contrato firmado ante él en las noches de dudas y desvelo, desventurada decisión que hoy le toca pagar. No dejes que el ego que nació frustrado, te domine como lo hizo con ella; él también aguarda que no flaquees y te creas invencible, que abandones tus ideales tomando escudo y lanza contra lo que es desde el comienzo, una lid ganada por el enemigo. Permítete ser pasiva, no le enfrentes y sé sabia, delante de ti están las pruebas del desafío a lo irremediable, fluye y deja que otras aguas también lo hagan; al fin esta es la vida.

La vida dos veces te puso contra las cebollas, aquella que no olvidas del jarabe blanquecino que escocía tu garganta, y luego cuando tu madre te anotó en la piscina del municipio y pillaste hongos en los pies. No es agradable recordar esa segunda vez; mejunje espumoso de una de ellas, licuadas y dejadas reposar por unas horas, te la aplicaban en los dedos de los pies como un ungüento mágico y quedaban malolientes por el resto de la semana, te ponías perfumes y restregabas las piernas con aceites aromáticos, pero el de ellas persistía por encima de cualquier intento como señal y estigma de una acto impuro, el de bañarte en un lugar público en lugar de una exclusiva alberca de gente con dinero. Ahora mientras terminas de quitar el primer manto, el más grueso, piensas en tus pies, la sola asociación de comida y extremidades te da asco; tienes náuseas y no te perdonas haber evocado esos días aciagos de pre adolescencia. Presumías de tú cabello, tu piel sin manchas, tus largas piernas y de un andar garboso; todo arruinado ese verano por el nauseabundo olor a cebollas en tus pies. Pero la comida debe hacerse, el sofrito que ella te enseñó debe ser idéntico, como si sus propias manos lo hubiesen realizado, quieres que nada muestre que La Jefa ha renunciado a su papel de alimentar a la familia con sus exquisiteces. No importaba que fuese a maridar, el sofrito era la estrella que coronó cada uno de esos platos rebosantes de colores y aromas, los fetuccinis, los macarrones con queso, la fideuá, los arroces con gambas y mariscos, las carnes guisadas, las paellas, el pollo a la cazadora, y ciento más que salían de sus manos como tocados por una mágica formula, de esas guardadas en secreto por sus años en la cocina.

Cocina reluciente de limpia y ordenada no había en ningún lugar. Su esfuerzo fue en busca de lo excelente para bien de su afán, y lo transmitió en todo lo que hizo sin importarle el tiempo, el coste y el trabajo que llevase; ser la mejor para enrostrar que ella podía, le marcó el destino y la paga que hoy tiene que hacer. El mal del olvido es implacable, no da tregua y se escabulle a los ingentes denuedos de los investigadores; es escurridizo, mutante, inaccesible, todo lo que se ha probado para combatirlo no ha dado resultados, y la prensa llena espacios con las posibilidades de haber encontrado una cura aquí o allá, para luego desestimar el hallazgo y volver al punto de partida con las manos vacías. “Es importante que se mantenga su cerebro lo más activo posible; debe leer, jugar a las cartas, memorizar frases, escribir, socializar, concurrir a algún centro de actividades acorde a su edad y gusto, tejer en grupo, salir y distraerse, viajar y conocer nuevos lugares, todas las actividades que pueda para mantener a las neuronas en pleno funcionamiento. Será bueno que lleve un diario con sus recuerdos de juventud e infancia, eso le hará bien tanto físico como mentalmente”. El médico es optimista en el primer momento, las primeras visitas, pero él ignora lo que es ella. Semi analfabeta en su juventud, aprendió todo lo que sabía por medio de su marido, que la instruyó con paciencia y amor, pero al morir él tuvo que decidir si mantenía lo conseguido o si dejaba que el destino le ganara la primera batalla; optó por lo primero casi sin dudarlo, su ego superaría el obstáculo que la vida le imponía sin su permiso. Él médico no conocía su historia de ostracismo social, del repudio que hubo de soportar siendo una viuda joven conduciendo un negocio de hombres, en un mundo que se arrogaba ser patriarcal para siempre; no sabía de sus escasa aficiones que no pasaban de ver de vez en cuando la televisión con las novedades del corazón, o de salir de compras, desconocía que tejer o de hacer amigas no era lo de ella, como tampoco el de leer para continuar con su formación. Ella fue todo intuición y anhelo por ser la mejor en su cocina, sin recetas de grandes chef, ni cursillos de marketing, ni actualización en las técnicas modernas que dominaron la elaboración de alimentos, la cocina fusión, el modernismo de platos mínimos con agregados de elementos extra culinarios como las nuevas especies, los humos, las tierras, los crujientes y demás artilugios de los que se sirve la gastronomía actual, para que el plato sea comido primero por el ojo, luego por la nariz , después el paladar y en cuarta y última alternativa, la sacies del estómago. No, ella iba en contra de esa corriente, lo importante era satisfacer el apetito y el paladar, lo demás lo consideraba superfluo, exagerado. Su mano se acostumbró a la comida casera, esa que trae recuerdos de los mediodías con la abuela o la madre, la que nos lleva de narices a los tiempos más lejanos que podamos recordar.

Recordar fue lo peor que pudiese poner en la elaboración del agasajo a la familia; el perfume indeseado de las cebollas comenzaba a darle náuseas. La segunda cubierta de las olorosas enemigas comenzaba a llenar el plato donde depositaba cada paso de su desmembramiento. Sus mejillas notaban el ácido desprendido antes que sus ojos, y se enrojecían como dos tomates maduros. Los bordes de sus fosas nasales desde un comienzo fueron los primeros que acusaron la presencia de ellas en la mesa, se hincharon y el escozor fue aumentando a medida que las pelaba. Cuando terminara de hacer la disección de la hortaliza, la pondría en la picadora, sabía que eso no estaba permitido en la receta original, pero estaba segura de no soportar la sensación de picar a cuchillo toda esa parva demoníaca de capas y capas blancas, que reclamaban su venganza lanzando aromas insoportables para sus sentidos. Se preguntó si el hecho de variar el procedimiento daría como resultado un sutil cambio en el sabor final, no era lo mismo el picado con el cuchillo que el triturado de las aspas de la picadora, el aire, la concentración de jugos, la velocidad de corte, el aplastado de las partes jugosas, todo podía contribuir a que el resultado no fuese el buscado, sobre todo después del sacrificio que significaba para ella esta horrible tarea. Deseaba ver finalizado el pelado y tener ya a la olorosa saltando como poseída en el aceite hirviendo, quería ver cómo se deshidrataba y transparentaba perdiendo su calidad de agresiva para las papilas olfativas. La irritación se convertiría en un suave perfume, que daría el soporte para que el tomate brillara y las especies multiplicaran sus aportes al sofrito. Su madre les aconsejaba cuando hicieron los pinitos en la cocina, “No importa tanto lo que vayas a poner después, lo que da el sabor detrás de una buena pasta, una carne sellada o de la mariscada selecta es la base del sofrito bien a punto, es eso y solo eso el secreto de la buena comida casera; cuando las abuelas cocinaban para un mediodía comenzaban a las seis de la mañana a preparar todo, el fuego de leña, la cocción lenta y saber cuándo remover el sofrito o el arroz para que no se pase, dorar y sellar la carne para que luego se cocine hasta que se deshaga en el primer bocado, sin perder su fibra ni sabor. Todo requiere de paciencia y larga elaboración, no importa si para la familia o para el servicio del restaurante, siempre comenzar pronto en la mañana y darle tiempo a que todo tome el sabor con lo que se mezcle, allí radica el secreto, en el tiempo que le das y el cuidado que pones. Al final el resultado será un plato que querrás repetir hasta que tengas que desprender el cinturón.” Y de todo esto no te has olvidado, lo tienes fresco en memoria a pesar que la receta magistral lleve el paso ineludible de la fritura de la cebolla, y antes de esto, la desagradable tarea de pelarlas. Pero todo sea para que sea feliz por unos momentos, ella y la familia.

“La familia cuenta en estos casos con una gran responsabilidad. Deben hacer todo lo posible para informarse y estar actualizados en los tratamientos y terapias que estén disponibles para mejorar su calidad de sobre vida. Comprenda que el mal avanzará a su propio ritmo, que las estadísticas solo ocultan los casos particulares en medio de cifra que intentan dar patrones a seguir, y que nada de eso es cierto. Cada organismo es en sí mismo único, y el ataque al cerebro es el que menos se puede prever por sus complejas formaciones y por la oscuridad que la ciencia tiene por delante. Son golpes de ciego en medio de la noche. Hoy una terapia da resultado a un grupo de cien y si la aplicas en ella, tal vez no sea beneficioso, porque los sitios atacados difieren de un caso a otro. Imagine, intente ver ochenta y seis mil millones de neuronas, cada una como una planta con decenas de raíces; o una central eléctrica con ciento de cables que llevan electricidad a decenas de ciudades, todo interconectado, automatizado y que de pronto una de esas conexiones comienza a fallar, deja de enviar el fluido eléctrico  y se corta el suministro; pero no sabe dónde se ha caído una torre o se ha roto un hilo, eso es lo que encuentra un neurólogo a pesar de las técnicas que se han desarrollado, para conocer cómo funciona el cerebro.  Imagine que le dan el caso a resolver sin un plano, sin antecedentes, solo las estadísticas, tardará demasiado tiempo en descubrir algo, una pista que le lleve al desperfecto y aun así no conseguirá solucionar el problema. ¿Cómo se sentiría? ¿Decepcionada? ¿Impotente? Bueno, así está el médico ante un caso así. Por lo que sé, usted estará cien veces por encima de esta sensación; por esto de la importancia de intentar comprender al enfermo. Se le ha desconectado una parte de su capacidad de razonamiento, sus recuerdos desaparecen, el futuro es algo nebuloso e incierto, no comprende que le ocurre, desconoce su entorno, su vida se desenvuelve con un miedo continuo, porque no tiene referencias de donde aferrarse para comprender lo que pasa a su alrededor; de allí los delirios de persecución, de desconfianza, los miedos a que le engañen, que le mientan y por esto se vuelven obsesivos, creen realmente en sus especulaciones sin base. Luego la mente mezclará recuerdos que persistan con irrealidades propias de los sueños y vivirá alucinaciones que creerá como ciertas. Verá y hasta sentirá cosas y situaciones que no existen. El que no estén preparados para estar con ella, le dará mayor inseguridad y el miedo se convertirá en terror, para luego ser horror. Una escalada que solo se aplacará si le administramos opiáceos u otro medicamento que le reduzca la ansiedad y la ponga en una situación de semi inconsciencia. Para que esta etapa llegue lo más tarde posible, es fundamental que la familia apoye la terapia de mantenerla en una situación fuera de todo estrés y en un ámbito que le sea siempre reconocible. En lo posible y como primera medida mantengan todo su mobiliario y rutinas sin alteraciones, que sienta que nada ha cambiado, ni una manta, ni un cuadro.”

Un cuadro con su fotografía está en la cocina como para recordar quién ha sido el artífice de cuanto tengo y cuanto soy. Mi padre murió cuando tenía solo cinco años y su figura fue exaltada por ella hasta idealizarlo, y no querer casarse nuevamente a pesar de su juventud; esta adoración hacia él fue más perjudicial que beneficiosa, pero fue su manera de mantener la cordura en aquellos días en que las deudas y la incertidumbre hubiesen hecho abandonar a cualquiera. Ahora reunimos a la familia en torno a su vida, por eso que el menú debe ser igual, idéntico a como ella lo hacía, es un homenaje a su empecinamiento en no aflojar ante la adversidad. El sofrito debe salir exactamente como ella lo hacía. La tercera y cuarta capa de las cebollas ya están en el plato, sigo dudando si haré bien en colocarlas en la trituradora; al fin me decido y pienso que en su honor no puedo hacer eso, lo haré a cuchillo aunque deje un torrente de lágrimas y picores en todo el cuerpo, se merece que deje mi ego aparte y que me entregue en esta tarea simple con todos mis sentidos. Interiormente percibo que a medida que desnudo el corazón de la cebolla es como si lo hiciera con todo lo que nos cubrió para protegernos ante el mundo y lo poco que hemos reconocido ese afán. Si hay lágrimas que sean de agradecimiento y no por el ácido que expelen las hortalizas. Me quito el delantal con el peto y también los guantes de mis manos. Ella supo hacer frente a la vida sin protección, que menos puedo hacer yo ante un resabio de orgullo que va quedando, por un mal recuerdo con las cebollas. Quiero que todo mi ser se impregne de ella y su sabiduría, no debe importarme lo que este enemigo me eche encima, la misión es superior a los medios, el fin está justificado. Voy a por las últimas capas, voy a por el corazón.

“El corazón lo tiene en perfectas condiciones, al igual que el resto de los órganos, pero estos pueden fallar por las órdenes equivocadas que dé el cerebro, que es el responsable de mantener la coherencia entre ellos y que se cumplan sus funciones.” Su corazón fue siempre fuerte, las emociones las reguló para que no interfirieran en lo que se había propuesto, ocultó tristezas, odios, desprecios, malos tratos, indecencias, acosos y reproches por igual, no cedió un paso jamás y defendió su patrimonio como una leona en su territorio. Esto contribuyó a su aislamiento social, no tuvo más amiga que una vecina que pasaba por circunstancias similares, viudas y solas ante un mundo que les imponía el escarnio de su soledad; los hombres del pueblo vieron carne fresca y apetecible, las mujeres rivales a las que humillar con apelativos inmisericordes dichos desde la ignorancia y el vilipendio gratuito. Su refugio, su fortaleza la levantó entre las paredes de la cocina, amuralló su persona entre cacharros sucios y clientes que solo veían el placer de degustar y beber hasta hartarse en su negocio, allí reinó, allí formó su inexpugnable torre de acero, fuegos y bullentes caldos que llenaban de una niebla perfumada todo el establecimiento, augurando el excelso manjar por fagocitar. Esa misma niebla se coló en su mente y fue desdibujando rostros, fechas, aniversarios, personas, ambientes, se filtró en sus más preciados momentos de la infancia, de la adolescencia y la adultez prematura, hilos delgados a punto de rotura tejen escenas imposibles mezclando el tiempo y el espacio en un caótico entramado, que solo la locura es capaz de componer. Es evidente que no estamos preparados para vivir otra realidad, que no sea la que hemos adoptado como verdadera y socialmente beneficiosa, para el logro de las metas que nos propongamos; todo avance sobre otras realidades nos sumerge en el caos impredecible. Y por más empeño que los que le rodeamos pongamos en comprender lo que pasa por su alterada mente, no conseguimos entrar en un mundo tan alejado del orden y la previsibilidad del que vivimos. Cualquier gesto o palabra puede ser mal interpretada, llevándole a especulaciones irracionales, lo que trae como consecuencia un estado de alerta insano, para el que cuida o asiste a su penosa pendiente de deterioro constante.

Constante, perseverante, rutinariamente voy haciendo el camino al corazón fétido de la cebolla. Él me espera que lo descubra por completo para lanzar su ataque final, antes de rendirse al aceite hirviendo que hará la magia de convertir la oruga en mariposa. Quiero llegar a este momento culmine despojada de todo tabú, de las supercherías acumuladas por años de evitar la responsabilidad infantil de odiar una hortaliza; me quito la camisa y la falda, estoy semi desnuda para el sacrificio final. El corazón de la primera cebolla ha sido expuesto y siento su épico combate con mis miedos y pesadillas, el monstruo se muestra tal como es, y yo le espero confiada en no rendirme, redimiendo las enseñanzas de ella, dejando que me envuelva con su fetidez y crea que soy suya. Ignora su destino, tal vez sea eso lo que le hace emprender una alocada, irracional estocada que marcará su sino desventurado. Van llegando los comensales, la cocina es solo mía y saben que es el fortín amurallado al que no deben entrar, sin embargo una de mis hermanas con su hija menor transgrede la norma. No comprende que hago en bragas cocinando, tampoco le daré mayores explicaciones, he librado un tremendo combate con una docena y media de pestilentes cebollas, el mayor de los enfrentamientos que dejara para cuando me sintiera capaz de vencer, y he vencido. Estoy pletórica de felicidad por la victoria alcanzada, el último corazón es herido por mi cuchillo y ahora comenzará el aniquilamiento total de mi antiguo enemigo de mal perfume.

“Perfume, aromas, sabores, gustos, texturas, sensaciones y estímulos externos serán confundidos en un baile disparatado, alienado, controvertido y no sabrá la diferencia de cada uno. El habla faltará y solo monosílabos incoherentes serán los que balbucee antes de perder por completo su capacidad de comunicación. A la vez es posible que la motricidad presente dificultades para acatar las órdenes confusas que dará el cerebro. Se llegará a tener que alimentarle por sonda, que por su agresividad provocará que el alimentarse sea una tortura, cuando antes era un placer. Querrá poner fin a su sufrimiento, el suicidio será una de las manifestaciones que deberán cuidar que no ocurra, por lo que estar sedada ayudará a que no se llegue a tan terrible extremo. Pero han de saber que esa idea rondará en su mente. La auto destrucción está presente en los delirios y las alteraciones de pensamiento que produce las múltiples muertes neuronales. Le escucharán decir: “No valgo nada”, “¿Qué hago aquí?”, “Más me valdría morirme”, y pasan de un deseo a ser una posibilidad real, aunque las estadísticas declaran que solo entre 1% y el 7% de los enfermos llegan a concretar el acto. Pero el porcentaje aumenta si vemos las acciones de auto-infringirse lesiones. No deben tomar a la ligera sus comentarios y hay que informar de inmediato si lo expresa, allí se tomarán medidas médicas más drásticas en pro de mantenerla en un estado de baja ansiedad. La realidad en que vive es totalmente diferente a la que viven ustedes y nunca deben perder de vista esto. La agresión hacia sus cuidadores o familiares más cercanos también puede ser una de las reacciones con las que se pueden enfrentar. En todos los casos se debe razonar y buscar la causa de ese estado, y en lo posible modificar aquello que le esté provocando su ira desmesurada. Es posible que sea un ruido, una situación familiar, dolor, etc. nunca responda con otra agresión.” La Jefa siempre tuvo un carácter fuerte y con las adversidades de la vida, este fue consolidado para hacerse un lugar en el mundo del comercio; que ella ahora desmadre su potencial es algo que es muy probable. No es que no nos ame como madre, abuela o suegra, es que ha perdido sus capacidades de reconocer los afectos, y sí antes se escudaba en su fortaleza, con los “diques de contención” rotos, el desborde tendrá que ocurrir. El primer acto agresivo fue hacia mí, la más cercana y con quién convive. Comenzó con la clásica retahíla de no saber qué hacía allí, que esa no era su casa y que se iría para vivir sola. Le expliqué que ya no podía hacerlo y que necesitaba de cuidados, le di ejemplos intentando que comprendiese, pero fue montando en cólera y a gritar reprochándome que perdería todo lo que había conseguido por mi intransigencia. Le respondí que debía calmarse y desvié el tema con una frivolidad; se dio cuenta de lo que intentaba hacer y sin más me dio una cachetada. Fue sin dudas el momento más triste, porque tuve que soportar que las lágrimas no afloraran y quedarme tranquila a un costado mientras seguía gritando. Cuando sus fuerzas flaquearon, recién entonces pude acercarme y abrazarla con todo mi amor. Ella se echó a llorar, y me dijo que todo era culpa de su enfermedad, que no quería hacerme daño y que era una carga demasiado grande para soportarle en sus arranques. Esa tarde lo pasó encerrada en su habitación como si se hubiese impuesto cumplir una penitencia, por haber dejado que la situación se le fuera de las manos.

Las manos prestas cortaron, trituraron las capas hasta que solo quedaron pequeños cuadraditos del tamaño de una gragea. El aceite chirrió al contacto con la cebolla y una densa humareda se esparció por la cocina; se pegó a mi piel y comprendí que los miedos, el odio, el desprecio hacia esa hortaliza se esfumaba con las bocanadas de vapor que se desprendían del sartén. Dijo un amigo en una ocasión, si no puedes con tu enemigo, únetele y desde dentro podrás vencerle. Nada más cierto, yo era la cebolla y ella estaba en mi lugar, juntas hicimos las paces de tantos años evitando encontrarnos en la cocina, ya era hora de esta paz y armonía entre ambas, ya podría cocinar sin tener que usar sustitutos, o que otro hiciera la penosa tarea. La niña que odió su aroma era mayor y responsable, el sofrito comenzó a tomar forma. La mesa grande con toda la familia estaba sentada con el aperitivo, cuando hice mi entrada triunfal llevando la fuente con las carnes guisadas como lo hacía la mama, solo que yo iba en bragas y me tapaba solo un minúsculo delantal sin peto. La Jefa a la cabeza de la mesa, un tío abuelo a un lado, mi marido con los ojos como platos en el otro, y luego el resto, nadie salió del asombro al verme así, al fin no es más que si me viesen en bañador. Con una sonrisa impecable, les digo: “- Hoy y en honor a la mama, me he vestido de cebolla para servirles, no crean que me he vuelto loca, simplemente que he vencido la conocida, guerra de odios que tenía con esta hortaliza, hemos hecho las paces y huelo a ellas como solía hacerlo la mama cuando salía de la cocina.”- todos se pusieron de pie y aplaudieron la ocurrencia, aunque solo yo y las cebollas sabemos que fue lo que ocurrió en la cocina. Le serví primero a la homenajeada y cuando la miro, la veo sonriente como pocas veces, parece que estuviese recordando sus viejos tiempos de cocinera y empresaria, lidiando con lo que se pusiese a su frente, dando lo mejor de ella por el único motivo de sostener su familia dignamente. Me acerco y le doy un sonoro beso; ella me da un abrazo, es quizás el último de sus gestos consciente. Me echo a llorar como una tonta y entre lágrimas, risas y comentarios sobre la comida termino de servirles, ufana de mi tarea y mi resolución. Muchos pensarán que ha sido un arrebato de estupidez, o que se trata de una reacción infantil, pero solo yo sé lo que me ha costado vencer mis propios obstáculos. El sofrito está perfecto, aunque no igual, ha salido como esperaba, y el plato de carnes ha satisfecho a todos.

Todo cuanto se pueda hacer para que su vida sea placentera es poco al lado de lo que ella nos dio. Por eso hoy que han pasado solo dos meses de aquella comida, la mama, La Jefa se ha ido. Lo hizo con la falsa tranquilidad que le dieron los sedantes, sin embargo espero que ese momento de lucidez que vi en sus ojos le hayan valido para que su viaje fuese más confortable. Fue un resfriado que terminó en una neumonía previsible, el médico nos lo anticipó cuando la visitó llamado de urgencia, la fiebre había subido a más de 38º y se durmió sin volver a despertarse. Cuando fuimos al entierro, saqué un envoltorio de mi cartera, lo abrí y lo deposité encima del féretro. Sé que ella lo comprendió desde dónde estuviese, le dejé como regalo de despedida, una cebolla.

*Si quedara algo, ese algo volvería a ser objeto del tiempo....” Cuauhtémoc Molina Monroy, 2017




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